Arriba el telón

«Siempre hemos intuido que las elecciones municipales, de alcance más cercano, tirarían de las regionales, especialmente para quienes presentaban candidatura en ambas, pero no sabemos en qué medida ocurría eso»

Jesús Quijano

Valladolid

Domingo, 9 de enero 2022

Agotado el paréntesis navideño, que, como era de prever, ha tenido algo de tregua vigilante, el telón electoral quedó alzado con todas las consecuencias en nuestro entorno. A poco más de un mes para las inminentes elecciones regionales anticipadas del 13 de febrero todo se ... precipitará, porque no hay tiempo para más. El conocido itinerario (presentación de candidaturas y de programas, rápida precampaña, intensa campaña electoral, votación) se desarrollará esta vez a velocidad de vértigo, acompañado por los elementos que animan el recorrido (sondeos, estrategias, mensajes, publicidad, etc.). Y se abrirá, como siempre, el tiempo de las previsiones y los pronósticos. Todo teñido de ansiedad, y que no falte la emoción democrática.

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Hasta ahí, en efecto, como siempre. Pero, a poco que nos fijemos, más bien se puede decir que, esta vez, va a ser como nunca. Nunca hubo en Castilla y León unas elecciones anticipadas; nunca hubo unas elecciones autonómicas separadas de las municipales; nunca hubo unas elecciones regionales en invierno; nunca hubo unas elecciones afectadas en la mayor parte de su recorrido (¡ojalá que no en la proximidad de la fecha electoral!) por una pandemia que ahora mismo lo invade todo y que puede alterar el desarrollo normal de un proceso electoral. Visto así, casi nada es como siempre, porque casi todo es nuevo. Y este debe ser el punto de partida de cualquier análisis, porque la novedad en las circunstancias, además de aconsejar prudencia, obliga a introducir un cierto grado de incertidumbre en la reflexión.

Así lo hago, empezando por aplicarlo a un factor clave en cualquier evento electoral, como lo es la participación, tan condicionante del resultado. He aquí una variable absolutamente desconocida en su funcionamiento, porque no hay base de comparación objetiva posible. Siempre hemos intuido que las elecciones municipales, de alcance más cercano, tirarían de las regionales, especialmente para quienes presentaban candidatura en ambas, pero no sabemos en qué medida ocurría eso, por lo que tampoco sabemos qué puede pasar en unas elecciones regionales separadas, ni sabemos cómo ni a quién afectaría más, o menos, una eventual caída de la participación.

Los otros factores que señalé (la posible reacción frente a una anticipación electoral con dificultades de comprensión; la incomodidad climatológica, si fuera el caso; la incidencia de la pandemia en su fase actual; y seguramente otros más) no parece que inviten a una «animación sociopolítica» que estimule la participación. El mes de enero, frío de por sí, y no solo en el clima, seguramente no acompaña mucho para caldear el ambiente. Ahí dejo este primer aspecto, ciertamente en tono no demasiado optimista, y lamentando no poder ofrecer datos comparativos que pudieran iluminar algo las previsiones de participación en esta ocasión, por las razones indicadas.

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«El mes de enero, frío de por sí, y no solo en el clima, seguramente no acompaña mucho para caldear el ambiente»

El otro ámbito de la inquietud preelectoral es, obviamente, el que atañe al resultado, no menos incierto, pues acumula la incertidumbre de la participación y otras más, como la presencia de nuevos competidores locales. De momento se han divulgado algunos sondeos, especialmente los más recientes, que ofrecen una coincidencia relativa en una misma tendencia: en síntesis, que el PP volvería a ser el más votado, recuperando gran parte del voto que en 2019 se fue a Ciudadanos; que Vox crece, probablemente tomando voto que procedería también de Ciudadanos, y antes del PP; que el PSOE sería segunda fuerza, con algo menos de apoyo del que le hizo ser primera en 2019; que Podemos seguiría en el mínimo en que quedó entonces; y que los grupos de dimensión provincial, algunos ya conocidos, como la UPL, otros de nuevo cuño, surgidos al calor del movimiento de los territorios vaciados, presentan cierta dinámica, creciente o emergente, según los casos.

Como suele alegarse, y con razón, son sondeos que hay que tomar con relatividad, que no con alarde ni con desprecio, pensando que, en el mejor de los casos, ofrecen indicios en un momento determinado; por eso mismo, tampoco hay que olvidar que, en sondeos de hace unos meses, por ejemplo, las previsiones eran distintas (el PP tenía entonces bastante más, y Vox o el PSOE algo menos) y cabría pensar que aquella tendencia se ha modificado, a peor o a mejor, respectivamente. Así que prefiero basar el razonamiento, que no el pronóstico, en otros elementos más contrastados a lo largo del tiempo.

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Me refiero a una cuestión que considero fundamental para el análisis electoral: la evolución del porcentaje y del voto total recibido por cada partido en un determinado periodo, introduciendo la variable de los trasvases de apoyos en una u otra dirección. Creo que eso es lo que permite apreciar si ha habido trasvases solo dentro de cada bloque (centro derecha y centro izquierda, simplificando), o también de un bloque a otro, porque de eso depende en última instancia la alternancia política, sin perjuicio de las alianzas que faciliten la continuidad o el cambio.

He repasado el serial de resultados en las elecciones autonómicas en este siglo, creo que no distintas a las del pasado. Se celebraron cinco elecciones, sucesivamente en 2003, 2007, 2011, 2015 y 2019, que tomo en cifras redondas para simplificar el cálculo. En las tres primeras, el PP estuvo por encima de los 700.000 votos, con leves caídas; fué en la de 2015 cuando bajó ostensiblemente a poco más de 500.000, y todavía más en la de 2019, cuando superó también por poco los 400.000. El descenso se correspondía en ambos casos con la entrada en escena de Ciudadanos (casi 150.000 votos en 2015 y más de 200.000 en 2019) y, en menor medida, con la aparición de Vox (75.000 votos en 2019). El PSOE, por su parte, estuvo bastante por encima del medio millón de votos en 2003 y 2007, bajó a poco más de 400.000 en 2011 (IU obtuvo entonces algo más de 70.000, y también UPyD cerca de 50.000), más aún en 2015 (con 350.000, entrando en liza Podemos, con más de 160.000) y remontó hasta los 480.000 votos en 2019, siendo el más votado, una vez que Podemos perdió casi 100.000 votos, quedándose en 68.000.

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Háganse las sumas y las restas oportunas para llegar a alguna conclusión; se percibirá que los movimientos de voto que van explicando los resultados consisten en trasvases dentro de cada bloque, con inapreciables o mínimos envíos de un bloque a otro. Es claro que pudo romper esa dinámica Ciudadanos, como pudo hacerlo el CDS en el pasado, si hubieran jugado la baza de la transversalidad de otra manera, y tal vez ahora estarían optando a un sólido crecimiento y no a una lánguida supervivencia. Pero eso es historia. Lo interesante ahora será comprobar si la tendencia intrabloque permanece, aún en la dirección inversa, lo que orientaría significativamente el resultado y la gobernabilidad, o si, en las especiales circunstancias que concurren esta vez, la tendencia cambia. Porque no está escrito lo que sería más decisivo: que los votantes de Ciudadanos en 2019 no vayan a hacer en 2022 lo que no hicieron entonces sus dirigentes. Atentos estaremos para contarlo.

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