Están los muertos frescos, y sabíamos del farol de Otegi. Estaban los muertos frescos y salió el tipejo a decir lo que se veía venir. Muertos por presupuestos. Para eso se dejaron la vida 138 castellanoleoneses de las casi mil víctimas que nos dejaron los ... chicos de la serpiente, aquéllos a los que Arzálluz daba su aliento en las campas de Altube. La muerte, parafraseando a Leone, tenía un precio. Sucede que con Pedro Sánchez hemos cruzado el Rubicón; ya avisó Iglesias que Otegi entraría más tarde o más temprano en «la dirección de Estado». Y por eso hay que llorar; porque jamás estuvo ETA más cerca de un ministerio gordo. Y no es una exageración, es la hoja de ruta de lo que vemos y lo que veremos. Si el PSOE dejó la socialdemocracia en Valencia la semana pasada, en ésta ha perdido, sanchismo mediante, lo que restaba de dignidad. Y sí, los muertos aún están frescos, que sólo han pasado diez años y aquí paz, después gloria y a hablar de vulcanología, que es la afición del audiovisual patrio.

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Hoy no hay gasolinera, ni perro Lupo que hable. Hoy hay que homenajear a todos aquellos que fueron dejándose la vida y la familia y el terruño para extirpar el peor tumor que nos dejó el carlismo. Es la hora de la infamia, y cada vez más quienes sufrieron el zarpazo terrorista van siendo callados por los nuevos de la nueva política y su relato falso de acordarse de las víctimas como en una letanía que nadie cree. Los diez años sin víctimas, sí, pero Otegi convertido ya más que en un hombre de paz; casi que en el nuevo Suárez: tal es la perversión...

Nadie recuerda a los muertos. Así anda España a finales de octubre del presente.

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