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Hizo la mili en Santander. 1947. Fue su primer viaje fuera de la provincia. El mar, tan inconcebible desde un pueblo de Burgos. El Sardinero. La Magdalena. La ciudad había ardido en 1941, era una ruina, pero aun así le asombró su belleza. A ... su novia le enviaba letras sombreadas, sobres en cuyo interior había letras como muros levantados contra el sol de julio y la promesa de que un día la llevaría a conocer Santander. Se licenció. Se casaron un 11 de noviembre. No hubo viaje de bodas. Un día iremos a Santander. Tuvieron una hija; otra hija. La mayor murió de diabetes, con seis años. Elena, Eleni. Luego les nació un hijo. El viaje a Santander seguía pendiente. La vida, dura y rácana, va posponiendo las cosas importantes. Todo esto que les cuento fue hace tanto tiempo que ya no es verdad.
Muchos años después, los ochenta, llevé a mis padres a Santander. Lanestosa, Ramales, Ampuero... La vista de mi padre se perdía en las curvas de Los Tornos, buscando imágenes de cuarenta años atrás. Pero la memoria es inconstante, no guarda las cosas mucho tiempo. Santander por fin, el lugar donde el muchacho de las letras sombreadas hizo la mili, donde soñó que un día llevaría a su novia. Y allí estaban, casi ancianos, una vida después. Lo que no estaba era la ciudad. Ni el cuartel, ni las tabernas, ni las calles... No le pudo enseñar nada a mi madre. Fue un día triste para él. Todo era diferente, nuevo, ajeno. Qué estafa...
Empieza a sucederme algo parecido con la vida, con este país, con la política. Suceden tantas cosas, tantos cambios, que cada vez me siento más desorientado cuando salgo a pasear por ese paisaje. El tiempo es siempre un incendio. Arden las ideas, las certezas, los modos de vida, las relaciones, las antiguas verdades... Y seguro que lo nuevo es siempre mejor, pero es inevitable una sensación de exilio. No somos de un lugar, sino de un tiempo. Santander, 1947. España, el país que conocimos, en el que crecimos, el mundo que habitamos hasta ayer. Nosotros. Y si quiero enseñarles a mis hijos las palabras, las ideas viejas, lo que fuimos y quisimos, me pierdo en el nuevo trazado de las calles, no las entiendo. Lo mismo que mi padre, que no pudo encontrar al muchacho que sombreaba letras para su novia.
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