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Apenas tiene 14 años y sus apuntes de clase le han convertido en protagonista. Carlos García, estudiante de 3º de la ESO, es una 'rara avis' del sistema educativo. Un chaval 'extraviado' respecto a las normas y singular en el concepto general de la propia ... arquitectura educativa.

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Apenas hace unas semanas trascendió su afición por convertir los apuntes de las clases en una especie de 'grial' para quienes son apasionados de las lenguas muertas: sí Carlos, a sus 14 años, se entretiene tomando apuntes escolares en 'llionés'.

El rapaz toma notas en llionés por dos cuestiones: es la lengua de sus abuelos y no quiere que se pierda en el tiempo y, además, ofrece una capacidad de concreción singular, que le hace entender los apuntes con mayor celeridad.

No hay otros casos tan singulares en los centros educativos de la provincia de León. En ellos, el llionés es una lengua inexistente y solo a través de cursos particulares o de un empeño visible en trabajos realizados forma autodidacta, como lo ha hecho Carlos, se puede apostar por su conocimiento y por su formación.

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Carlos en realidad toma sus apuntes en llionés especialmente en las asignaturas de Geografía y Plástica y lo hace desde este mismo curso, cuando ha entendido que su nivel de conocimiento le permitía moverse con cierta soltura.

Pero fue precisamente en una clase de Plástica, al entregar los apuntes (algo que debe realizar de forma trimestral), cuando la profesora le indicó que no entendía lo que escribía y que hiciera «el favor de escribir bien». O escribía bien o, finalmente, sería suspendido.

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Y bien escribe, pero en llionés. Ahora, remarca, emplea los últimos días en devolver los apuntes a su 'estado natural' (castellano) para que así le puedan puntuar. «Lo que quiero es aprobar la asignatura, el resto no pasa de ser una anécdota», ha remarcado en un mensaje 'conciliador'.

Mientras todo esto sucede, lo ocurrido ha servido al nacionalismo catalán para convertir a Carlos en un «ejemplo de insoportable represión del Estado de derecho sobre las lenguas propias». Así, de un tirón, todo recto.

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Sin examinar la realidad de León, sin conocer ni un ápice su historia, sin reflexionar sobre asuntos tan intensos como ser la cuna del parlamentarismo, lo único que hoy importa para el catalanismo más rancio es mirar a León como una víctima del sistema.

Y de nuevo, por ahí viene el error. El nacionalismo ya quiso apropiarse en su día del parlamentarismo, en una triste evidencia de que solo importa retorcer la realidad hasta apropiarse de ella. Y ahora, de forma insolente, convierte a un menor en una justificación para su singular batalla contra el castellano. 'Nos oprimen', dicen.

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León y el llionés no son una víctima del sistema. Si acaso lo ocurrido es un 'fallo' del sistema que no permite, como alternativa, avanzar en el conocimiento de una lengua muerta por su baja influencia. Recuperarla, en todo caso, no tiene ninguna connotación que conlleve exclusión o partidismo.

León y el llionés son un ejemplo de lealtad institucional, de convivencia, de respeto a la norma y de fidelidad a la propia Constitución. Atacar esa singularidad desde el nacionalismo más rancio y maloliente es la evidencia de que todo sirve en la Cataluña de las cloacas.

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Carlos es el ejemplo del interés más sano por el llionés, y su historia refleja una inquietud que lejos de cuestionarse debería ser alimentada y extendida. Sin alharacas y sin reproches. La historia y la cultura, el conocimiento en general puede ser lo que se quiera, menos un arma arrojadiza.

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