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Me fascina pensar en palabras, que es como pensamos la mayoría de nosotros. Y pienso que hay dos maneras de utilizar el lenguaje: una de ellas, la más común, es como un racimo de normas inamovibles que acatar para lograr una correcta comunicación de los ... conceptos, como digo, el uso más común. Tanto que, a pesar de que la propia RAE se harta de decir que se limita a recoger los usos comunes del lenguaje y no a legislarlos, la mayoría de las personas siguen acudiendo a su diccionario como la salvaguarda de las esencias, como quien acude a un versículo para refutar su posesión de la razón. Y luego estamos los que tratamos al lenguaje con menos reverencia y, sin embargo, con más profundidad, pienso, considerándole un ser vivo en constante movimiento.
Estos días no dejo de tener conversaciones sobre ese término que nos ha llegado: 'nueva normalidad'. Para nada es un término de nuevo cuño, al parecer sus raíces se forja a niveles empresariales tras la crisis de finales de siglo pasado para explicar a los afectados que las cosas deben cambiar para salir de ella y llegar a una nueva manera de hacer las cosas en prevención de no repetir esa situación. Leo también que se hace popular de nuevo en EE UU tras el 11-S cuando los psicólogos y sociólogos aplican el término como bálsamo a la sociedad destrozada por el cruel ataque. Y, por supuesto, es repescado ahora, aumentando los círculos concéntricos de sus benéficos efectos al resto del mundo coronavirizado.
Escucho a sus detractores decir, con mucha razón, que a nivel semántico es un disparate. Un oxímoron. Escucho a los amantes de la conspiración que es la manera de robarnos libertades como, para ellos, lo fue lo que ocurrió después del 11S en EE UU y puede que tampoco les falte razón. Me resulta difícil explicar por qué a mí sí me gusta ese término. Seguramente es porque yo lo entiendo como un término a largo plazo.
Cuando los dirigentes de todo el mundo nos cuentan que, a partir de la fase 3, entraremos en la 'nueva normalidad', no creo que estén queriendo decir que será ese mismo día cuando esta se imponga; creo, entiendo, que será cuando podamos empezar a ejercer el nuevo estilo de vida que, a base de costumbre, acabaremos convirtiendo en norma, como nos parece ya normal que no nos dejen embarcar en un aeropuerto con una botella de agua. Protestaron los madrileños contra la canalización de sus casas porque querían seguir manteniendo la normalidad de arrojar sus heces por las ventanas. La 'nueva normalidad' no tendrá necesariamente que ser buena pero yo, jugón de palabras, estoy aprovechando para contestarme una pregunta: ¿de verdad era normal la vieja normalidad? Envido, señores.
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