Del caso Mediador, lo de menos casi es el hecho mismo de las corruptelas todavía en investigación, sean mordidas millonarias, tráfico de influencias, extorsiones o prevaricación. Lo que convierte este cochambroso asunto en un episodio tóxico política y mediáticamente es su ética y estética, el machismo que rebosa, la escenografía, lo de los reservados, la juerga en el Ramsés, los guardias civiles a sueldo, la gula, el sexo y la droga. Lo entiende todo el mundo. Y como todo lo que empieza con un 'no es lo que parece', acabará aún peor de lo que realmente haya sido. Al tiempo. Porque ahora resulta que los «señores con puro» de los «cenáculos de Madrid» que decía Pedro Sánchez no eran el presidente de Ferrovial ni el de Mercadona, no eran encorbatados directivos del Ibex, trajes y móviles de mil euros, sino sus propios compañeros de bancada socialista. En plan Torrente haciéndose un selfi con la bragueta bajada. Babosos pastoreados por un personaje como Navarro Tacoronte -a kilómetros de distancia se podía saber que tratarle daría problemas- y liderados por el exdiputado por Las Palmas del PSOE Juan Bernardo Fuentes Curbelo. Con esos apellidos podría haber sido árbitro de fútbol, pero, ay, optó por la política. La del perreo. «Socialista desde la cuna», detalla en su perfil de Twitter.
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A este último le llaman 'Tito Berni' y ya solo con eso, con el apodo, queda todo dicho. Lo cierto es que nada es más certero, nada más evocador, afilado y lleno de matices que un buen mote. Yo no dejaría que un tipo conocido como 'Tito Berni' se acercara a cien leguas de mi hijo. Ni de una lista electoral. Porque todo buen seudónimo es como el destello de una gran verdad, el tino desmedido de una metáfora. Así funcionan, por ejemplo, en las novelas de Miguel Delibes. 'El Nini', 'El Mochuelo' o Paco 'el Bajo' son protagonistas memorables por muchas razones literarias y, a mayores, por sus sobrenombres. Así también, pronunciar 'Tito Berni' es expresar la quintaesencia del capricho, del favor inconfesable, de la proximidad indebida, de la incontinencia, del límite que cede y se quiebra bajo el peso de una media sonrisa. O sea, la cara opuesta de tarjetas con membretes de 'director financiero' de una cotizada en bolsa, 'catedrático de Derecho Administrativo' o 'agregado cultural de la Embajada de Francia'. Los encargados de estas cosas en los partidos políticos deberían poner bastante más atención. Deberían hacerse preguntas antes de ceder un escaño o cargo a personas que responden a apodos como 'El yoyas', 'El Neng de Castefa' o 'Tito Berni', ¿no les parece?
En mi familia materna también los había. Motes digo. A mi abuelo y sus once hermanos les llamaban 'los paja larga' porque eran rubios, flacos y espigados. Solo heredé lo del pelo. A mi abuela, sus primas y hermanas les llamaban 'las totas'. No sé muy bien por qué, pero cuando me enteré sí que pensé: pues oye, les encaja como anillo al dedo. A ver, me refiero siempre a esos motes oficiales, a esos que aceptan y usan incluso los propios interesados. Sucede con 'Pica', como todo el mundo llama al exvicepresidente de la Junta y concejal del PP de Valladolid José Antonio de Santiago. Me refiero a esa clase de motes, no a otros del tipo del que usábamos para remitir a nuestro director en aquella redacción de periódico. Te decían: ve a ver a 'Comepájaros' o te llama 'Comepájaros' o lo ha dicho 'Comepájaros'. Seguro que, con el paso de los años, a mí me han puesto más de uno -y no necesariamente benevolente-, pero apenas conozco dos oficiosos: AO y 'el chapas'. No sabría elegir cuál me describe mejor. Y en fin, en materia de apodos destaca el ingenio que se gastan en las cuadrillas de amigos.
Yo llevo años saliendo a andar en bici con compañeros de aquí y de allá. He hallado varios que son una maravilla: Mirinda, Canica, Furia, Carcoma, Latiguillo… Lanzo una idea para las próximas elecciones municipales. Cuando estén definidas las candidaturas, el último repaso dentro de los aparatos debería hacerse añadiendo, junto al nombre completo, un apodo real o figurado. Sería una suerte de prueba del algodón, un filtro que dejara a la intuición y el oído el test de idoneidad de los llamados a convertirse en ediles. Si hay dudas, los cuerpos policiales disponen de especialistas que se ocupan de poner nombres en clave a sus operaciones. Se puede recurrir al que decidió llamar a una de las más actuales 'operación Kitchen'. O al que bautizó 'Guateque' a esa otra que descubrió una trama que aceleraba licencias de apertura de locales de copas. Por prevenir.
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