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El estreno del «montaje definitivo» de 'Apocalypse Now', cuarenta años después, ha sentado en la primera fila de butacas muchos de los peligros en que la crítica de arte, y en especial la de cine, incurre hoy. Acaso el más nocivo, casi seguro el más ... común, el de haber permutado crítica por chismorreo. O «información», que es lo mismo pero vestido con traje y corbata. 'AN' es un paradigma de la plaga; difícilmente podrá encontrarse un filme que permita lecturas en más planos que la cinta de Coppola. Por desgracia, también difícilmente otro cuya gestación más fértil en anécdotas abracadabrantes.
Visto con dos pasos de distancia, cualquiera concluiría que el deber del crítico es enjuiciar la obra. Esta obviedad es no obstante el primer compromiso deontológico del crítico con el lector/espectador (y antes, con él mismo). Leer un libro o ver una película implica una inversión de tiempo y/o dinero, y en último extremo la labor del crítico ha de consistir en determinar si esa inversión resulta rentable o no. Nadie se sienta dos horas delante de una pantalla porque la pareja protagonista se haya enrollado durante el rodaje (y si alguien lo hace, al crítico debería darle igual): se sienta si el rollo de la pareja en la película resulta interesante. El crítico ha de justificar si lo es, y –un 'y' insoslayable, otra obviedad cada vez más infrecuente– argumentar mayoritariamente su postura con razones literarias, cinematográficas, según. Para eso le pagan.
Aunque tal vez este sea el problema: que cada vez le pagan menos.
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