La imaginación calenturienta no se enfría ni con las nuevas tecnologías que nos roban el futuro ni con el coronavirus que regresa con ánimo de quedarse. Como la pandemia parece que les resulta escasa, hay personas por ahí decididas a asustarnos a los demás con ... la profecía del apagón, un apagón universal que incluirá la luz, el gas, los alimentos y la calefacción. Como para no temblar. ¡Ala! Todos a morir de frío, de sed y hambre, como están ensayando en la frontera polaco-bielorrusa. La capacidad del ser humano para soñar e imaginar lo peor no decae. Desde que sufrimos las DANA ya casi nadie habla del diluvio que no casa bien con las elucubraciones sobre el calentamiento global que viene. Pasan los años, transcurren las décadas, la sociedad evoluciona, las tecnologías anuncian que es imposible marcar su paso, pero el catastrofismo innato en algunas mentes siempre resurge con fuerza.

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Se nota mucho que somos bastante incapaces de vivir tranquilos el poco tiempo que nos concede el calendario solar. Sufrimos enfermedades graves, dramas naturales en el entorno familiar y catástrofes terribles propiciadas por los elementos físicos. Pero a algunos se ve que no les basta, que sueñan con lo peor y en estos últimos meses lo peor está puesto en el apagón total. El casi olvidado apocalipsis. ¿Qué podemos hacer los que consideramos disparatados esos augurios? Temblar por anticipado, rezar cuanto se sabe o subirnos a los picachos de las montañas a esperar el paisaje mundial nublado y aprovechar para hacerse un selfi de despedida. Existe la alternativa de intentar razonar, disuadir a los crédulos de semejantes previsiones, pero la experiencia histórica demuestra que es inútil. Y sonreír con esfuerzo.

El ser humano está claro que está hecho para pensar siempre peor, desde la picadura de una serpiente enroscada en un manzano hasta tener que comparecer en un juicio universal del que nadie saldrá libre de condena, eso por supuesto. Últimamente se habla poco del infierno, el purgatorio parece que ha cerrado por fin de temporada, pero la proclividad a vivir entre alarmas de penurias venideras pervive.

La covid-19 y sus víctimas, la subida del precio de la electricidad, la inflación, el desabastecimiento y el regreso de Filomena establecen una confluencia en el tiempo que estimula las imaginaciones más exaltadas convencidas de lo peor. ¿Un apagón mundial? Quizás, desde luego: todo depende de que en un cortocircuito se le fundan los plomos al sol. Mientras, mejor pensar en el turrón y el cava.

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