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Arias Navarro, apodado 'El Carnicerito de Málaga', en su peripatética alocución para comunicar la muerte de Franco, declaraba que sus palabras tal vez no fueran oídas con nitidez debido a la ola de sollozos y plegarias que en esos momentos recorrería el país. Era «el ... llanto de España» presa de la «la infinita orfandad» en la que nos dejaba el difunto. Padre de todos los españoles. Severo por nuestro bien. En algún tocadiscos, con volumen bajo, se pudo oír una vieja canción, «Se va el caimán», y se vendió alguna botella de champán de más. Pero más allá de eso poca fiesta hubo.
Estamos a 49 años y poco más de aquellos momentos. Todavía no se han cumplido los cincuenta años de los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975. Hoy, hace cincuenta años, Franco era jefe del Estado y Arias Navarro su jefe de Gobierno. Más aún, en junio de 1976 el Carnicerito seguía al frente del Gobierno. En el primer semestre de ese año, las cortes franquistas rechazaron el proyecto de reforma democrática que había tratado de sacar adelante el semi aperturista Fraga Iribarne. Giscard d´Estaing le auguró a Juan Carlos tres o cuatro meses como rey, Santiago Carrillo lo llamaba «Juanito el Breve». El PSOE seguía siendo una organización ilegal. Hubo que esperar hasta febrero de 1977 para que Luis Yáñez y Gómez Llorente presentaran en el entonces llamado ministerio de Gobernación los documentos necesarios para ser legalizado. El PCE aún tuvo que esperar a que en una maniobra audaz Adolfo Suárez lo legalizara en el llamado Sábado Santo Rojo. No hubo elecciones hasta la mitad de ese 1977. No hubo constitución hasta finales de 1978.
Franco no fue derrocado por un impulso libertador. Aquí no hubo ninguna revolución de los claveles que acabara con una dictadura vergonzosa. El llamado Caudillo prolongó su miserable y cruel mandato hasta sus últimos pasos y su testamento, leído por el balbuceante Carnicerito en televisión, era una advertencia contra los males de la democracia y el deseo de que la dictadura se prolongara más allá de su muerte porque «los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta». Los judeomasones, los rojos. Y de ello tomó nota el búnker como bien se vio en el 23-F y se siguió viendo hasta que el primer gobierno socialista consiguió acabar con el llamado «ruido de sables». 1975 y 76. Años sin libertad y llenos de zozobra. Así que la celebración ahora propuesta por el Gobierno no debería someterse a criterios de 'fachosfera' o 'sanchismo' sino a la simple aplicación de la aritmética para deducir que hace cincuenta años no había nada que celebrar. Dos o tres años después sí, y mucho.
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