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Varios amigos economistas, alguno de ellos gente muy principal en el sector, me comentan que la polémica decisión de gravar con aranceles el comercio internacional ... va a suponer un tiro directo en el pie de los Estados Unidos de América, un disparo propiciado por ese personaje, entre panocho y sandío, llamado Donald Trump que de la noche a la mañana y de un plumazo, se ha cargado la esencia misma del liberalismo económico que Norteamérica ha liderado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La imposición de tasas arancelarias es una de esas medidas pensadas para agradar a una parroquia de fieles desavisados que aún no son conscientes del carajal en el que les está metiendo su comandante en jefe.
De inmediato, las rocambolescas medidas van a suponer un aumento en las tasas de inflación de EE UU, como ya ha avisado el presidente de su Reserva Federal, Jerome Powell, a quien, por cierto, el inquilino de La Casa Blanca espolea a diario en sus redes sociales animándole a que «deje de hacer política y baje de inmediato los tipos de interés». Conviene subrayar que el máximo responsable de la Fed es independiente y tiene mucho más sentido común que quien gobierna su país.
Para empezar, Donald Trump, aparte del delirio de imponer tasas a islas del Ártico únicamente habitadas por focas y pingüinos, se ha cargado directamente los acuerdos de Brettton Woods de 1944, que han constituido la base del mercado mundial propiciando la creación del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el embrión de la Organización Mundial de Comercio. La medidas anunciadas por el presidente estadounidense desde el 1.600 de Pennsylvania Avenue, blandiendo un enorme cartel que parecía anunciar el menú de cualquier restaurante de playa, suponen un ataque directo a la defensa del multilateralismo que siempre ha defendido su país.
Hablamos de una desmesura colosal de la que nadie parece haber calculado todas sus consecuencias, también en el interior de la nación. La primera va a ser la perdida de poder adquisitivo de los estadounidenses al aumentarles el coste de la vida, ciudadanos que no van a ver con buenos ojos este disparate que les arrastra, inevitablemente, a vivir peor que antes. Pero no queda todo ahí. Es de esperar que este despropósito propicie un nuevo alineamiento comercial de Europa que buscará, y encontrará, nuevos mercados para el desarrollo de sus productos. América no es el único destino posible y, haciendo de la necesidad virtud, se establecerán, a buen seguro, nuevas alianzas mercantiles que hasta ahora permanecían inéditas.
Las bolsas internacionales han entrado en pánico y los mercados mundiales acumulan caídas de vértigo en tan solo unos días. Las grandes empresas tecnológicas de los inefables amigos de Trump han perdido hasta ahora más un billón de dólares y la situación puede tender a empeorar según pasan los días. Así las cosas, la última esperanza, el punto al que van dirigidas todas las miradas con un mínimo de cordura, sensatez y racionalidad es Wall Street. Los mercados financieros son, hoy por hoy, el único dique de contención para frenar tamaña sucesión de estolideces en cadena. En los Estados Unidos el dinero corporativo es sagrado y las grandes compañías no van a permanecer impávidas ante la posibilidad de ir directamente al desastre en medio de un probable panorama de recesión.
Intentando hacer a América grande, y proclamando incesantemente su 'America First', Trump y su tropa van a conseguir justamente lo contrario. Por ello, una firme reacción del propio corazón del capitalismo es, paradójicamente, la única esperanza que nos queda.
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