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Militares y Bomberos forestales limpian las calles este martes en Utiel. Efe
Opinión

Vidas anegadas

Dados rodando ·

«Resulta imposible determinar cuándo terminará la pesadilla, qué será ahora de sus vidas, dónde van a encontrar techo a futuro, cómo van a ganarse la vida. Se trata de personas y de familias que lo han perdido todo»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 5 de noviembre 2024, 07:24

Vida es aquello que se tiene, dando por supuesto que será para muchísimo tiempo, y se deja de tener a la vuelta de un incidente de origen isquémico, un infarto fulminante, un accidente de tráfico o, como ahora ha ocurrido, la fuerza imparable del agua ... que se lleva por delante, en un torrente trágico y devastador, a más de 200 personas a consecuencia de una gota fría que ha supuesto el mayor desastre en España desde los sucesos del 11-M.

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No ha transcurrido aún una semana y seguimos estamos todos impactados, devastados por el horror de las imágenes que hemos visto mientras damos gracias por poder disfrutar de aquello que miles y miles de personas han dejado de poder hacer tras un golpe trágico del destino. Hablamos de lo más sencillo: encender la luz, beber agua del grifo, abrir la nevera, utilizar el propio baño, ducharse, calentarse la cena… Todos estos rituales cotidianos a los que no damos absolutamente ninguna importancia la tienen, y mucho, cuando se convierten en una ensoñación imposible. Hay que imaginar el dolor íntimo y terrible de la desolación, la amargura que impone la incertidumbre como un mazazo vital pleno de crueldad. Es la angustia del no saber. Resulta imposible determinar cuándo terminará la pesadilla, qué será ahora de sus vidas, dónde van a encontrar techo a futuro, cómo van a ganarse la vida. Se trata de personas y de familias que lo han perdido absolutamente todo. No tienen viviendas, porque desaparecieron en unos minutos arrambladas por los desbordamientos y la furia del agua, tampoco disponen ya de vehículo con el que desplazarse, porque los coches se convirtieron en juguetes achatarrados en medio del ruido y la furia de la DANA. Y tampoco tienen un lugar al que acudir a trabajar. Locales, tiendas, negocios y pequeñas oficinas, pasaron en instantes de una realidad habitual a convertirse en recuerdo. Esto es lo más parecido a los efectos devastadores de una guerra. Un enfrentamiento con la metereología que convierte a los humanos en seres insignificantes.

Ahora, lo primero es la reconstrucción y la solución a los graves problemas de los damnificados. Más tarde vendrán las responsabilidades y la evaluación de la gestión realizada por las Administraciones. Tirar la desgracia a la cabeza del rival como arma arrojadiza, no es sino el reflejo de la impresentable clase política que nos ha tocado desgraciadamente en suerte. Por eso hay que decirlo y señalar que, en estos días de angustia, casi nadie ha estado a la altura. Cuesta justificar como transcurrían las jornadas y los vecinos de la zona cero de la hecatombe reflejaban ante los medios de comunicación su desesperación porque no tenían comida, ni agua, ni nada de nada, y allí no había aparecido nadie. Cuesta preguntarse por qué razón no se requirió la intervención del ejército, más allá de la UME, hasta tres días después del comienzo del horror. Y, aún más, hacerse a la idea de lo que debe de ser aguantar todo ese tiempo con el cadáver de un ser querido al lado, dentro de una casa destruida, porque jueces y forenses no han podido acceder. En ocasiones la crueldad más extrema se muestra ante nuestros ojos para elegir, en un azar caprichoso y letal, a aquellos a los que les va a corresponder la catástrofe.

Afortunadamente, una vez más, ha salido lo mejor de nosotros mismos y las ayudas de miles de voluntarios se han canalizado con absoluta generosidad hacia las víctimas del desastre, como una muestra inequívoca y esperanzadora de que esta sociedad todavía merece mucho la pena.

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