Fue, durante mucho años, la joya de la corona. Un servicio impecable del que nos sentíamos orgullosos. Recuerdo, incluso, comprobar en Tokio como el célebre tren bala, no era sino una versión menos reciente de los convoyes de alta velocidad que circulaban por aquí. Hasta ... hace algún tiempo, los servicios salían de su estación de origen con una puntualidad propia de las señales horarias de la radio y llegaban a destino con una fiabilidad que permitía hacer planes con la absoluta tranquilidad de saber que se iban a cumplir.
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La cosa empezó a torcerse hace un par de años. Personalmente, sufrí una parada imprevista en el Pinar de Antequera de más de una hora de duración que casi me hace no llegar a tiempo a una intervención prevista en el Patio Herreriano. Y después de aquella incidencia, experimenté tres o cuatro más con trayectos detenidos largo tiempo, más de una hora y media, por «problemas en la catenaria», una explicación que en Renfe y Adif repiten como un mantra sin especificar más. La liberalización del servicio ferroviario ha demostrado que las infraestructuras viarias no estaban preparadas para semejante desafío y las demoras, los parones en pleno recorrido y lo imprevisible de la hora de llegada a término, se han convertido en algo que sobrellevamos de la mejor manera posible, a pesar del incremento de las tarifas y la degradación más que evidente del servicio.
A día de hoy, las incidencias en los diversos recorridos de AVE en nuestro país se han convertido en una noticia recurrente que está a punto de dejar de serlo debido a su lamentable habitualidad. La pelota, en forma de culpa, se la lanzan unos a otros de una manera tan grosera como impresentable. Que si Renfe, que si Adif, que si Talgo… todo es un despropósito sin que nadie asuma la responsabilidad debida. Tampoco el ministerio, por cierto. Resulta claro que el ministro Óscar Puente no tiene la culpa directa de semejante desaguisado, pero es obvio que recae sobre él una responsabilidad 'in vigilando' que debe ejercer cesando a los supuestos responsables de los servicios y poniendo orden en medio del caos actual que sufrimos todos.
Las imágenes de estaciones abarrotadas, trenes detenidos horas y horas sin luz ni ventilación, pasajeros hacinados y paciencias agotadas de puro hastío, son la némesis de aquellos tiempos pasados donde presumíamos de tener una alta velocidad perfectamente gestionada y sin apenas incidencias. Cómo será la cosa que aquellos retrasos de diez minutos que daban derecho a la devolución de una parte del importe del billete se han dilatado por mor del ingente número de reclamaciones a las que debe hacer frente Renfe.
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Lejos de mejorar, retrocedemos, y comprar un billete de Renfe en la página web de la compañía pública es un complicado desafío a la inteligencia. Tal parece que la desidia se ha asentado en una empresa que no es sino un pálido reflejo de lo que fue. Y Adif, más de lo mismo, sin reconocer que no puede hacer frente con eficacia al incremento de servicios que han traído los nuevos operadores que circulan por sus imprevisibles vías.
Un viaje en tren es hoy una aventura, una moneda al aire, que puede salir bien, si cae de cara, o suponer un auténtico calvario, si sale cruz. Para muestra, el titular más desopilante publicado en prensa desde hace mucho tiempo: «Un tren sale de Cádiz, llega con retraso a Sevilla, el maquinista se baja en Córdoba y los pasajeros llegan a Jaén en autobús». No hay más preguntas, señoría.
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