![Turistas en todas partes](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/04/01/80847645-kCR-U2101978275528NQE-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Todos los vuelos están absolutamente llenos a todos los destinos», esto me decía un comandante de Iberia la pasada semana regresando de un país europeo, al tiempo que afirmaba que la pandemia había marcado un claro punto de inflexión en el desbordado turismo que ahora ... vivimos. Hay viajeros que eligen aerolíneas «low cost» y pisos alquilados a través de una plataforma de Internet, y turistas de cinco estrellas que copan los mejores hoteles de cada país y saturan las plazas de clase «business». Después del confinamiento, el ansia por moverse se ha convertido en un fenómeno que resiste a la inflación y a la crisis con una fortaleza sorprendente. Los españoles nos hemos lanzado a viajar sin límite y, a la vez, nuestro país se ha convertido en un inmenso parque temático de destinos culturales, de sol y de playa que supera todas las previsiones.
Acercarse a la Galería de los Uffizi, en Florencia; al Coliseo de Roma, o al Rijksmuseum, de Ámsterdam, es enfrentarse a colas kilométricas después de haber reservado previamente las entradas por vía telemática. Todo el mundo lleva ya los boletos desde su lugar de origen con especificación de día y hora exacta, lo que ha aniquilado uno de los mayores placeres de viajar que era visitar las ciudades abandonándose a la espontaneidad. Antes, todo era fácil y cómodo, acudías a un lugar, se te ocurría entrar en una pinacoteca o contemplar una obra de arte alojada en una iglesia y no tenías más que entrar sin ninguna dificultad. En la actualidad esto es algo casi de ciencia ficción, las filas son inacabables y la experiencia se asemeja más a una invasión que a un verdadero disfrute artístico.
Contemplar, por ejemplo, La Gioconda exige reserva previa en el Louvre con tramo horario especificado y armarse de paciencia para acceder a la Pirámide de entrada al museo. Una vez allí, compruebas como todo el mundo se hace fotos al lado de la Victoria de Samotracia o de las impresionantes muestras de arte egipcio convirtiendo sus salas en un inmenso plató con destino a las redes sociales. Al llegar a la sala donde se muestra el cuadro de Leonardo Da Vinci puede tenerse la coherente impresión de encontrarse ante un concierto de Taylor Swift, con ingentes mesnadas de turistas invadiéndolo todo. Una vez allí, acercarse a la pintura es un ejercicio más propiamente ganadero que cultural, la gente empuja y, a diez metros del objetivo, unos encargados contienen treinta segundos a los coleccionistas de «selfies» hasta que levantan la barrera para renovar al medio centenar de curiosos que, únicamente, quieren dejar constancia en su Instagram de que estuvieron en el escenario del libro de Dan Brown. En eso se ha convertido la contemplación del arte.
El fenómeno también lo sufrimos en España. Madrid, Málaga o Barcelona son ciudades tomadas por miles de viajeros que colonizan calles, plazas y lugares públicos en un éxito por encima de sus posibilidades. Y Valladolid no se queda atrás. Restaurantes, bares y locales de copas, se llenan hasta la bandera y la simple idea de acudir a ellos es algo tan descabellado como imposible. La incomodidad ciudadana local empieza a dejase sentir ante un descomunal aumento de visitantes, claramente desproporcionado, en muy poco espacio de tiempo. El turismo es nuestra primera industria nacional y aporta mucha riqueza en el país, pero el crecimiento exponencial que ha experimentado desde la pandemia pone en peligro su propia sostenibilidad. A las capitales orgullosas de su poder de convocatoria cabría recordarles, en su entusiasmo, que también se puede morir de éxito. Conviene no olvidarlo.
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