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Una observación empírica del 'leitmotiv' que anima la acción política del actual presidente del Gobierno revela de inmediato el sustrato de toda su estrategia de cara a la opinión pública y a su propia base de militantes y posibles votantes. Ese hilo conductor, convertido en ... esencial razón de ser, no es otro que agitar el espantajo del fascismo como estafermo contra el que arremeter una y otra vez. Conviene detenerse en el concepto algo ambiguo de la execrable ideología que encarnó Mussolini en el siglo XX y que hoy es un magma etéreo en el que se mezcla el franquismo, la derecha, la ultraderecha, los abusos sexuales de la Iglesia y, sobre todo, la figura que más erisipela produce a los fieles de Sánchez, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
En la concepción ontológica del sanchismo se mezcla un universo que bebe en la memoria histórica de un pasado que alguna vez creímos ingenuamente superado gracias a la Transición. La labor de recuperación del franquismo comenzó en época de José Luis Rodríguez Zapatero –hoy aclamado 'cheerleader' en todos los mítines electorales socialistas– y culminó con aquella superproducción filmada desde helicópteros que supuso la exhumación de la momia del dictador en el Valle de los Caídos. Lo que había sido un monumento apenas visitado y sin presencia en la vida de los españoles tras la superación de aquellos tenebrosos cuarenta años, se ha convertido en un elemento de 'agitprop' como acabamos de comprobar con la extemporánea visita del presidente a Cuelgamuros para dejarse filmar entre restos óseos y así dejar patente que Franco sigue entre nosotros.
La añagaza le funciona, admirablemente pudiéramos decir. Para corroborarlo no hay más que volver la vista a las pasadas elecciones generales en las que la apelación a la derecha, la ultraderecha, los reaccionarios y los sacamantecas enemigos de la democracia, le permitió a Sánchez salvar los muebles contra todo pronóstico y gobernar apoyado por un ente ideológico pluriforme que le permite continuar en la Moncloa. Ante las inminentes elecciones vascas, nadie ha escuchado, ni escuchará, de los socialistas un anhelo de gobierno progresista de izquierdas para Euskadi. Lo único que constan son sus ataques de conveniencia a Bildu, a pesar de que se llevan a partir un piñón en Madrid, para que pueda revalidarse el ejecutivo PNV-PSE en Vitoria. Y nadie puede decir que el partido de Ortuzar sea precisamente progresista porque es, y representa, a la derecha más genuina de Euskadi. Ningún problema.
En la misma línea, el PSC de Salvador Illa, que quiere ganar las próximas elecciones autonómicas en Cataluña, aspira a que ERC se avenga a pactar un Gobierno con ellos mientras Moncloa le ha otorgado a Junts todas las dádivas posibles, indulto y amnistía incluidas. Si Junts es una formación transformadora de izquierdas que venga Dios y lo vea, porque son la derecha catalana más tradicional que pueda imaginarse. Por tanto, las fronteras ideológicas del sanchismo carecen de líneas fijas. Es más, estas se mueven en función de los intereses tácticos de cada momento y situación, como aquello de Groucho Marx: «Estos son mis principios y si no le gustan tengo otros». Resucitar a Franco, utilizar el 'francomodín' para espolear a los votantes, es algo tan provechoso como habitual en la teoría del sanchismo. Lo malo, con todo, no es eso. Lo peor es que haya ciudadanos que piensen de verdad que la alternativa es una inexorable vuelta a las cavernas. Por eso se encargan de calificar como fachosfera a todos aquellos que no piensan exactamente igual que ellos.
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