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Sabido es que el poder nubla los sentidos. El hecho de que todo el mundo se dirija a un debutante absoluto llamándole ministro cada cinco ... minutos y la parafernalia propia de la Administración, que remunera más en pompa y circunstancia que en dinero contante y sonante, hace que algunos 'parvenus' terminen perdiendo el oremus creyendo que pueden conseguirlo todo en función de su estatus, y además, en este caso, de su cercanía entonces al presidente del Gobierno. Conviene no olvidar que fue José Luis Ábalos, el hombre del que hablamos, quien presentó la moción de censura que llevó al poder a Pedro Sánchez. Era su persona de confianza, el peón de brega que en el primer gobierno de la nueva era socialista fue nombrado ministro de Fomento, el departamento con más gasto de toda la Administración. Ábalos fue, y así era percibido, el ministro más político del Gabinete, el hombre fuerte que alternaba su alta responsabilidad en el Ejecutivo con la secretaría de organización del PSOE. Todo pasaba por él. Era la encarnación del poder, y lo peor es que acabó creyéndoselo.
Enseguida apareció en escena el tal Koldo, un trasunto de pícaro y buscavidas que fue introducido en el ecosistema de Ábalos por Santos Cerdán. Hablamos de un hombre para todo que lo mismo actuaba de guardaespaldas que de chofer, conseguidor recadero o arreglador de problemas domésticos. Uno de esos tipos que saben hacerse imprescindibles y que conocen bien las pasiones humanas. Una vez que estuvo instalado junto al ministro se hizo, literalmente, imprescindible. Ábalos no daba un paso sin él. Lo conocían en Renfe, en Adif, en Aena, en Puertos del Estado; era el 'hombre del ministro' con todo lo que eso supone en el ámbito del poder. De ahí a hacer enjuagues, plantear chanchullos y sacar evidente tajada de todo ello no distaba más que un paso. Koldo, obviamente, lo dio y ahí empezó un tiempo ominoso en el que la ética y la estética saltaron por los aires al mismo tiempo.
Un antiguo portero de lupanares haciendo y deshaciendo a su antojo mientras José Luis Ábalos le dejaba actuar. En su teléfono móvil llevaba un catálogo de señoritas de compañía, chicas jóvenes de una de las cuales, de nombre Jésica, se prendó el ministro. Ensimismado por su capacidad de tener todo lo que pretendía debió creer que esta veinteañera estaba con él por su encanto personal. Como escort que era, cobraba sus servicios, y las expansiones sexuales no resultaban precisamente baratas. Otro pícaro, Víctor de Aldama, asumió los gastos de un piso de lujo en la Torre de Madrid, cercano a los 3.000 euros al mes, solo para que el ministro estuviera contento y le tuviera en cuenta a la hora de las adjudicaciones de contratos. Un cohecho de libro que ahora dictaminarán los jueces.
Para abonar su papel a Jésica la colocaron en dos empresas públicas de las que cobraba y a las que ni siquiera acudía. Y no contentos con ello, el tándem Koldo-Ábalos enchufó también a la ex Miss Asturias, Claudia Montes, en la Administración. A ellas se suma también Nicole N., que pasó del club de alterne Olimpo, de Navarra, a la filial de Renfe Emfesa, también pagada con el dinero de los contribuyentes. Todo un festival de prebendas y favores para las amigas íntimas. Jésica incluso viajó en varias ocasiones al extranjero formando parte de la comitiva oficial del ministro para, supuestamente, alegrar sus noches 'in situ'. Como afirma un eslogan de Moncloa, pintiparado para la ocasión: «No era magia, sino tus impuestos».
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