![Sombra aquí, sombra allá](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2025/02/10/cosmetica-kSqF-U230818571538UPH-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Como estamos inmersos en una sociedad donde toda estolidez encuentra asiento, hay que convenir que la capacidad de idocia de quienes marcan las modas, distribuidas eficazmente por las redes sociales, no tiene límites. Tendencias, lo llaman, a las muestras de estupidez que una legión de ... seguidores, 'followers', o como quiera que se llamen aquellos nacidos para imitar, tienden a hacer suyas para parecer modernos y a la última.
En este capítulo de aberraciones sin fronteras, habita un fenómeno antinatural que ha prendido como la yesca, consistente en hacer creer a niñas de once años que necesitan utilizar productos de belleza para ¡no tener arrugas! Como si a esa tierna edad alguien atisbara patas de gallo en su terso rostro. Aunque parezca increíble, la industria cosmética está notando, y mucho, esta pujante demanda en la que colaboran algunas madres que, lamentablemente, se encargan de comprarle a sus hijas toda suerte de carísimas cremas hidratantes, sérums nutritivos, contornos de ojos, sombras y demás parafernalia al uso. Y claro, está muy bien que todo eso exista y que se utilice, pero no en un temprano periodo vital en el que todavía no se ha alcanzado ni siquiera la adolescencia.
Se trata de hacer negocio y de crear necesidades allí donde no las hay. Las pequeñas viven desde la infancia obsesionadas por su físico animadas por algunas influencers que vierten en Tik-Tok y otros canales sus desvaríos mentales consiguiendo que, en lugar de jugar y divertirse como corresponde a su edad, esas niñas pasen horas y horas frente al espejo escrutando su cutis por si descubrieran algún signo de envejecimiento prematuro. Todo esto es un puro disparate, además de un ejercicio peligroso que conduce a muchas de esas chicas directamente a las consultas de psicólogos y psiquiatras por el sufrimiento y la ansiedad que les provocan estas prácticas derivadas de la necesidad de vivirlo todo como una exhibición pública permanente.
Tiempo tendrán, sin duda, de utilizar cremas para afianzar su epidermis y dar luminosidad a sus rostros. Pero, por el amor de Dios, no a los diez, once o doce años, como ya empieza a ocurrir. Se denuncia, con razón, la tiranía de los cánones estrictos de belleza, que tantos estragos provocan en algunas adolescentes, y parece que nos hace gracia comprobar como estas pequeñas juegan, peligrosa y extemporáneamente, a ser mujeres. Después, a los quince años, llegarán las visitas al cirujano plástico y las peligrosas escaladas a operarse de casi todo en procura de un canon de belleza que casi siempre produce frustración porque resulta tan irreal como imposible.
Cada cosa tiene su momento y su edad. Dejemos, por favor, a las niñas disfrutar de la infancia sin preocupaciones absurdas a causa de su físico. Con ello evitaríamos muchas disfunciones en la percepción del propio cuerpo, miles de lágrimas y dramas como la anorexia y la bulimia, cada vez presentes en tramos más prematuros de edad. Las grandes empresas de belleza han visto el filón y utilizan cada vez modelos más y más jóvenes para publicitar sus productos. Ninguna mujer hecha y derecha puede competir, lógicamente, con la tersura y la lozanía de un rostro de diecisiete años, con lo que siempre pensará que necesita esos productos. Lo malo es cuando cuatro o cinco años antes de esa edad ya hay pequeñas que se someten cada noche a un ritual de belleza propio de sus madres. Decididamente, algo estamos haciendo mal, o, en realidad, muchas cosas: todas aquellas que definen el permanente destarife en el que vivimos sin que nadie parezca atreverse a remediarlo.
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