Recuerdo bien el momento de agosto del setenta y nueve, en el que atravesé el cuerpo de guardia del vetusto y desaparecido acuartelamiento Conde Ansúrez, sede entonces del RCAC Farnesio nº 12, mandado por el coronel Gonzalo Navarro-Figueroa. Llegaba de hacer el campamento en ... El Ferral del Bernesga, en León, que, comparado con aquellas instalaciones, era una base moderna de la OTAN. El cuartel acusaba fatiga de tiempo y desidia. Los AMX30, M47 y TOAS, apostados en las inmediaciones del patio de armas, señalaban al recién llegado el poder de la caballería y enseguida aprendías la diferencia entre escuadrón y compañía, en función del arma que te había sido asignada.
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Como en aquella juventud tenía un programa de radio, la primera idea fue destinarme a Transmisiones. Nunca fui capaz de determinar qué tenia que ver hablar por la FM con llevar una mochila militar con antena, pero los designios de Marconi son inexcrutables. Despues, pesó más mi título de periodista y me asignaron a la Sección Segunda que era la encargada de información. Allí, a las ordenes del comandante Teodoro Pinacho y de los brigadas Peña y Villacastín, pasé muchas horas de oficina preparando escritos, elaborando intervenciones y poniendo cine a los soldados del cuartel, y también a los del destacamento de Carros de El Pinar. Recuerdo que proyecté 'Cría Cuervos', de Carlos Saura y 'El Puente', de Juan Antonio Bardem, preocupado porque los superiores no supieran quién era Bardem ni sus connotaciones comunistas. Afortunadamente, no lo sabían. Eran tiempos duros en los que la Capitania General la ostentaba el general Ángel Campano López (ante quien tantas veces tuve que cuadrarme en las guardias de la Plaza de San Pablo) y había sargentos que arrestaban si encontraban en las taquillas un ejemplar del diario 'El País'. Hacía casi un año que teníamos Constitución, pero en aquel lugar solo se exhibía profusamente en sus paredes el testamento político de Franco.
Allí hice multitud de guardias y descubrí el poder vivificante del café caliente mezclado con coñac cuando salías de una garita tras pasar dos horas al relente de la madrugada pucelana. El brandy era una gentileza del Ejército para impedir que sus centinelas acabaran con hipotermia severa. Eran, sin duda, otros tiempos. El único incidente reseñable fue el escaqueo que intentamos algunos licenciados universitarios que rehusamos apuntarnos al curso de cabo. Fuimos llamados por el capitán para conocer por qué no queriamos ascender en la escala más básica, y era porque siendo cabo tenías que hacer más guardias que Cascorro, así que decidimos ser soldados vitalicios. El truco no nos salió porque el oficial nos apuntó obligatoriamente a aquella promocion de la que solo salías, para vivir bien, llegando a cabo primero, que es lo que uno hizo para mejorar.
El único zafarrancho de limpieza reseñable fue cuando se anunció la llegada del entonces ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, para pasar revista a las tropas de Farnesio: «altas las frentes y alto el corazón; somos soldados de la España grande, en cuyas tierras no se puso el sol». Así cantabamos la letra del himno compuesta por Francisco Javier Martín-Abril.
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La unidad de caballería más antigua en activo ha cumplido 375 años y el Rey ha presidido en Valladolid un solemne acto en el que el actual coronel, Pedro Pascual, hizo un repaso histórico de un Farnesio que es hoy muy diferente al que yo conocí, con modernos blindados y profesionales magníficamente preparados en misiones internacionales. Un servidor ha sido parte muy ínfima de esa historia, pero se siente orgulloso de ello.
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