Concierto de Sabina en Las Palmas de Gran Canaria. Efe
Dados rodando

Sabina, tan joven y tan viejo

«Hay que repetir que el público sabinero, a estas alturas, no acude a juzgar sino a comprobar que quien fue un faro de sus vidas continúa entre ellos»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 25 de abril 2023, 00:18

Regresa Joaquín Sabina a la playa de los escenarios, arrojado bajo los focos y las grandes audiencias por la resaca de su azarosa vida, una existencia de la que ha hecho leyenda como crápula dipsómano en otros tiempos que ya han cambiado mucho por mor ... de la edad y los achaques de salud. Fue el 25 de febrero cuando se embarcó en una gira cuyo nombre, 'Contra todo pronostico', pretende ser un personal ajuste de cuentas con quienes quisieron amortizarlo antes de tiempo.

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Cruzó el Atlántico para debutar en América y, de momento, ya ha cubierto Costa Rica, Colombia, Perú, Chile y Argentina; quedan para más tarde México y Estados Unidos. Ahora, ha recalado en España y ha comenzado su periplo por las islas. Las Palmas de Gran Canaria y Tenerife han sido las dos primeras paradas de este tour que suena a despedida, aunque en ningún sitio se haya explicitado el definitivo mutis por el foro del de Úbeda.

Hace 72 horas, en Santa Cruz, se presentó ante 9.000 personas entregadas que, evidentemente, no habían acudido a examinarle de solfeo ni a medir cuántas octavas podía subir su voz. Gasta Sabina un tono vocal áspero, rasposo y cavernario construido a base de infinitas madrugadas alimentadas de whisky y tabaco negro. Cuando saluda al público, su ronquera pide a gritos la asistencia de un otorrino o un foniatra en la sala, y sin embargo nadie repara en ello. Tampoco en los elementos más ortopédicos de su actuación, que son algunos.

Extraña que en dos horas de concierto únicamente permanezca en pie dos minutos exactos ya que el resto es un deambular entre un taburete y una silla que utiliza nada más iniciarse la actuación. Una obvia limitación física, tras la caída hace cuatro años en el Wizink Center de Madrid, hace que ofrezca su repertorio sentado, un modo que no se recordaba desde Atahualpa Yupanqui.

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Para conjurar el miedo a no recordar sus propias letras se auxilia con la pantalla de un 'autocue' colocado a sus pies y para encajar en las melodías los técnicos de sonido tiran de oficio para disimular sus carencias vocales, unas limitaciones que él mismo admite sin problema dejando, hacia la mitad del repertorio, a sus músicos para que sean ellos los que interpreten algunas de sus canciones mientras él se va a descansar un rato al camerino. Algo, por cierto, también, insólito, pero hay que insistir en que nadie se lo tiene en cuenta. Tampoco si se quedara en blanco o si desajustara la entonación.

Hay que repetir que el público sabinero, a estas alturas, no acude a juzgar sino a comprobar que quien fue un faro de sus vidas, a modo de juglar maldito, continúa entre ellos para recordarles lo que fueron cuando eran más jóvenes, o lo que pudieron ser y no llegaron a consumar.

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Por eso la gente le quiere tanto y le perdona todo, incluso una selección de temas con ausencias notables Sabina evolucionó desde las canciones sencillas con guitarra acústica al rock eléctrico, y eso es lo que le diferencia de Serrat y el resto de los cantautores: un estilo propio y personal, brillante en ocasiones y al borde del precipicio en otras, pero suyo al fin. El momento estelar de esta gira es una versión de 'Princesa', al final, antes de los bises, despachada con unos arreglos propios de los Blues Brothers. Sabina, en fin, retrata nuestras existencias vitales y nos recuerda que a

los sitios en los que fuimos felices no deberíamos regresar. ¿Para qué más?

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