Una elemental prudencia exigía dejar el espacio en el periódico para los compañeros que saben y esperar al final de la temporada antes de expresar aquí los sentimientos de un aficionado del Real Valladolid desde aquellos tiempos de la niñez, cuando el estadio se ubicaba ... en el Paseo de Zorrilla, pegado al Cuatro de Marzo y detrás del desaparecido Colegio Castilla. El Pucela tenía como filial al Europa Delicias y Aguilar, el portero, era un personaje popular respaldado por la afición.
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El ascenso a Primera es una gran noticia que incrementará los ingresos del club, por los derechos televisivos, y mejorará notablemente la economía de la ciudad, especialmente cuando recibamos como anfitriones al Real Madrid de Kylian Mbappé. La competición adquirirá, sin duda, otra dimensión y es altamente gratificante comprobar como el equipo está allí donde tiene que estar. Pero, por encima de todo, creo que es un justo homenaje a la mejor afición que pueda imaginarse en el planeta fútbol. Gente dispuesta a acudir con mantas, gorras y chubasqueros al estadio en tardes y noches que merecerían calefacción y chocolate caliente. Familias ataviadas con sus camisetas blanquivioletas, prestas a arrostrar todas las inclemencias con tal de ver jugar al equipo de sus desvelos. Y hay que reconocer, por ser justos, que la formación no siempre ha estado a la altura. Ha habido jornadas aciagas, sin un tiro a puerta, en las que veíamos deambular a los jugadores como 'zombies' sin espíritu y arrastrarse ante rivales sensiblemente inferiores. Días en los que un cabreo sordo y furioso acompañaba a los fieles, rumbo a sus casas, preguntándose, como Pedro Sánchez, si merecía la pena seguir. Y sí, la respuesta siempre fue la misma: naturalmente.
El recibimiento al equipo en su duelo definitivo contra el Villarreal B, no lo supera ni la afición del Liverpool, y su intensidad se asemejaba a la de Anfield Road en las noches épicas, porque se podía haber cantado perfectamente 'You'll never walk alone'. Acostumbrados a sufrir, los últimos diez minutos podían haber conducido a los servicios cardiovasculares de urgencia, pero todo salió bien y, al filo de lo imposible, en las botas de Mamadou Sylla, tocamos el cielo con el balón rumbo, simultáneamente, a la red y a la gloria. La celebración de esa noche y el día siguiente no se va a despegar fácilmente de la piel de la ciudad porque fue una vibración colectiva imposible de olvidar.
Ahora, toca pensar bien en la planificación de la próxima temporada para no tener el ánimo encogido dentro de doce meses. Toca armar una plantilla con vocación de permanencia en la división de honor y despejar las incógnitas que se ciernen sobre el proyecto. Ronaldo tiene que aclararse acerca de si vende o no vende el club. Pezzolano debe meditar su, cada vez, más absoluta falta de idilio con la afición. La Junta directiva ha de trabajar para la excelencia, y los jugadores ser conscientes de que le deben más de una alegría a los suyos en tardes que no pueden convertirse en una arrebatadora ausencia de ganas y motivación. La gente va a volver a sacar las mantas, los termos y los paraguas. El frío, el viento y el agua se dan por descontados, pero la afición necesita satisfacciones que alimenten su orgullo de pertenencia a un equipo, un recuperado escudo y a la inmortal camiseta blanquivioleta. De momento, lo del domingo en el Heliodoro Rodríguez López de Tenerife ha sido un 'déjà vu', el más de lo mismo de siempre. Perdimos el partido y perdimos el liderato. Urgen cambios.
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