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Que se lo pregunten a Alfonso Fernández Mañueco, a Carlos Mazón, María Guardiola, Jorge Azcón, Fernando López Miras y a tantos políticos más del PP que aún no acaban de creerse el disfrute de su recuperada libertad por mor del portazo de Vox a los gobiernos regionales ... que hasta ahora compartía con los populares. La aceptación, como no podía ser de otra manera, del reparto de «menas» procedentes de Canarias a sus respectivas comunidades autónomas por los de Feijóo, ha desatado una corriente de ruido y furia entre los fieles de Abascal y ha llevado a que éste anunciara solemnemente un divorcio que a los de Génova les ha llevado a decir aliviados: «Tanta paz llevéis como descanso dejáis».
El reparto de menores no acompañados llegados a las costas canarias desde el norte de África, es una cuestión de pura humanidad, solidaridad y sentido común. Es difícil negarse a su acogida con argumentos que están abiertamente en colisión con los valores de una sociedad democrática. Llevado, quizá, por una sobreactuación plena de vehemencia, Vox ha decidido abandonar los ejecutivos regionales como un acto de protesta ante lo que consideran abiertamente una «traición del Partido Popular». En su delirante argumentación tachan al principal partido de la oposición de cómplice y aliado de Pedro Sánchez mientras abandonan sus cargos públicos y pasan a la oposición en aquellos lugares donde antes gobernaban en coalición.
A estas alturas, más de uno habrá tenido ya oportunidad de comprobar que, a pesar de los rigores estivales, fuera del poder hace mucho frío y se está mucho más desamparado. Abandonar despachos, asesores, secretarías, vehículos oficiales, escoltas, tarjetas, tratamientos, protocolo y demás parafernalia al uso, es algo muy duro a decir de aquellos que ya cataron el rigor de volver a ser parlamentarios normales y corrientes. Además, hay que unir a todo esto el quebranto económico que supone para ellos su nueva situación. Sumidos en una espiral suicida y poco meditada han decidido inmolarse y abrazar la irrelevancia mientras dejan a sus antiguos socios libres del ominoso yugo que llevan soportando estoicamente desde hace un año. La operación, parece claro, no pasará a los anales de la inteligencia política.
Nadie parece que les vaya a echar en falta. Desde luego no sus antiguos compañeros populares que estrenan ahora un día a día de gestión sin trabas, amenazas y salidas de tono a la primera de cambio. Santiago Abascal y los suyos han optado por el camino directo al despeñadero en lugar de apostar por una acción de gobierno sensata y razonable. Entre Marine Le Pen y Giorgia Meloni, han elegido a la primera y ellos sabrán las consecuencias que puede traerles esta decisión en un futuro. Asustados innecesariamente por la irrupción de un nuevo actor en el ámbito de la ultraderecha como es Se Acabó la Fiesta, creen que así pueden reafirmar su identidad y aparecer como una alternativa nítida ante los electores. El eurodiputado Alvise no deja de constituir un epifenómeno cuya proyección de futuro resulta perfectamente descriptible. En su equivocada estrategia Vox debería de recelar de las sonrisas satisfechas de los dirigentes del PP tras la ruptura y recordar aquel razonamiento sabio del conspicuo político italiano Giulio Andreotti, superviviente de mil batallas e incombustible durante décadas. Con todo el alto grado de cinismo que caracterizaba al personaje, dio en formular un axioma que ahora cobra todo su sentido: «El poder desgasta, sobre todo, a aquel que no lo tiene». Por eso algunos miembros de Vox han decidido seguir, pese a todo, para no «desgastar» sus cómodos privilegios.
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