Fue el genial José Alfredo Jiménez, compositor de Chavela Vargas y de otros muchos grandes artistas mexicanos, quien escribió una preciosa canción que tituló 'Un mundo raro'. Haciendo uso del mismo, podríamos convenir que nosotros habitamos en un país enrarecido donde casi siempre se confunde ... el progresismo con los ataques a todo aquello que nos une y nos define como nación. Ustedes pueden viajar a cualquier parte y encontrar, allí donde lleguen, un sentimiento de orgullo que se plasma en un himno, una bandera y unas señas de identidad comunes. Los símbolos no son sino representaciones de una historia colectiva con su legado, su tradición y su proyección a futuro. No se conoce un país donde los ciudadanos no escuchen con respeto su imagen sonora nacional ni donde no sientan siquiera una pizca de admiración por su bandera, y tampoco en el que no estén orgullosos de su idioma y su contribución cultural.
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La excepción la constituimos nosotros. Aquí nos tienen, raros de narices. La gran pregunta que cabria hacerse es: ¿quién quiere ser español? porque parece que en muchos lugares se trata de una condición forzosa que se acepta entre la resignación y el encono. Ahora, leemos que un acuerdo entre PSOE, PNV y Bildu impide a los padres escoger la enseñanza en castellano para sus hijos en el País Vasco y obliga a que todos los alumnos tengan un nivel B2 de euskera. Estando bien lo segundo, no es admisible lo primero. Confundir la necesaria e imprescindible protección de las lenguas autóctonas con la disparatada decisión de restringir un idioma que hablan más de 400 millones de personas en el mundo, no es más que una torpeza de la que algún día nos arrepentiremos. Hoy es Euskadi, pero antes fueron Navarra, Cataluña o Baleares. Personalmente, no me parece progresista defender el euskera, el catalán o el gallego a costa de minusvalorar el castellano. Lo inteligente es defender todas las lenguas y no arrinconar aquella que tiene una mayor presencia internacional.
El problema surge cuando algunos desavisados ejercen de indocumentados absolutos. Si, además, estos despistados tienen algo de poder y una cierta empanada mental, pueden confundir y confunden a José Antonio Primo de Rivera con su padre, el dictador Miguel Primo de Rivera, y pensar que el himno nacional y la bandera nacieron con Franco, sin saber que el origen del primero es la Marcha de Granaderos, en tiempos de Carlos III, y que la enseña fue adoptada como pabellón nacional de España en 1785. Se trata de disfunciones democráticas que perturban nuestra convivencia sin que se atisbe una solución posible a lo que se ha convertido en un inexplicable complejo que convierte la condición de español con ser facha. Lamentablemente, debemos sacudirnos aún muchos sentimientos de inferioridad hasta converger con la normalidad de cualquier otro país. Alguien puede sentirse español, hablar castellano, respetar la bandera y escuchar con agrado el himno nacional y, al mismo tiempo, ser progresista sin ningún problema. En su día, en la injustamente denostada Transición, lo hizo Santiago Carrillo sin abjurar de su condición de comunista. Claro, que aquellos eran otros tiempos y en ellos era posible un entendimiento entre miembros de ideologías distintas y distantes que hoy, desafortunadamente, no se da por el nivel que exhibe nuestra manifiestamente mejorable clase política. Lo malo es que esa ignorancia se traslada también a una parte de la sociedad que no termina de tener muy clara cuál es la diferencia entre la gimnasia y la magnesia ni entre el trasero y las témporas del año.
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