La política española aún no se ha recuperado del shock del 23-J, motivo por el cual ha decidido pulsar el botón que activa el modo 'off' hasta el 17 de agosto, fecha en la que se constituirá el Congreso de la nueva legislatura. El ... Gobierno en funciones se ha ido de vacaciones y en el ánimo de Pedro Sánchez está dejar pasar el tiempo y adoptar un perfil bajo a la espera de que Feijóo mueva ficha intentando buscar apoyos para una investidura imposible. Será después, tras la rendición del líder del PP a la tozuda evidencia de los números, cuando él levantará la mano y se ofrecerá a probar suerte con una amalgama Frankenstein (en palabras de Rubalcaba), una tarea difícil pero no improbable.
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El problema es el precio a pagar, excesivo a todas luces incluso para el actual presidente en funciones. Concitar apoyos de nacionalistas e independentistas que quieren sacarle la hijuela aprovechando la ocasión que les brinda la aritmética parlamentaria, es un empeño limitado por la propia legalidad que dimana de la Constitución. Es por ello que Sánchez lo intentará por tierra, mar y aire, y si comprueba que es imposible facilitará la convocatoria de nuevas elecciones con el favorable argumento para él de que no ha traspasado líneas rojas que pongan en peligro la arquitectura institucional de España.
Porque, veamos, en una suma hipotética de apoyos a su investidura, Pedro Sánchez tendría que recurrir a una galaxia de formaciones, además de PSOE y Sumar, que incluiría a estos partidos: Junts, ERC, EH-Bildu, PNV, BNG; más los incluidos en el proyecto de Yolanda Díaz: Unidas Podemos, Más País, Compromís, Izquierda Unida, Más Madrid, Chunta Aragonesista, Drago Canarias, AraMés, Alianza Verde, En Comú Podem, Verdes Equo, Izquierda Asturiana, Iniciativa del Pueblo Andaluz, Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía, y ya, si eso, puede añadir también a Coalición Canaria. Casi nada al aparato.
Así las cosas, el futuro de la gobernabilidad de este país es hoy un entelequia basada en suposiciones, deseos y alguna que otra bravuconada más que en un sustento real de datos ciertos. El tsunami de las urnas ha desarbolado por completo los planes del PP que todavía se pregunta qué le pasó, mientras hace desaparecer en la trituradora las malditas encuestas que le llevaron a creerse un universo paralelo que jamas se cumplió. Sin plan B, faltos de estrategia y lidiando con la estupefacción y la conmoción, en Génova, 13 habitan ectoplasmas que se asoman al balcón de las grandes noches recordando la simulación escenificada de hace diez días. Los populares llegaron hasta la orilla y vieron desvanecerse ante sus ojos la tierra prometida del poder cuando ya algunos se habían repartido cargos y despachos. En la otra orilla, los resucitados de Ferraz, que se veían desahuciados y amortizados, se tumban ahora bajo el sol canicular pensando que, de momento, tienen casi seis meses más de prorroga contra todo pronóstico y, después, un futuro que puede ser favorable para ellos. Con una perspectiva de días, lo ocurrido se asemeja al truco final de un inmenso juego de prestidigitación que deja a los espectadores atónitos, estupefactos y pellizcándose para comprobar si lo que ha ocurrido es verídico. Esta es la crónica de un gran país difícil de gobernar y que siempre encuentra un ultimo giro de guion para sorprender. Los próximos días estarán regidos por la inacción, el descanso y la pausa. Después, llegará la próxima temporada, que encerrará, sin duda, muchas más sorpresas que la más apasionante serie de Netflix. Atentos a los actores.
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