Transitar por la actualidad diaria es un ejercicio imprescindible para cualquier ciudadano concernido, pero convendrán conmigo en que, al mismo tiempo, supone un plus de penosidad derivado de las estrambóticas consecuencias que se derivan de ella. Tras los atentados del 11-M y la desastrosa ... gestión que de la tragedia hizo José María Aznar, el conspicuo e inteligente Alfredo Pérez Rubalcaba dijo aquello de «los españoles nos merecemos un Gobierno que no nos mienta». Hoy, aquí y ahora, tenemos un Ejecutivo que no solo nos miente a destajo, sino que nos toma por idiotas contándonos la realidad a su manera y acusando de esparcir bulos, insidias, falsedades, noticias 'fake' y desinformación, a la oposición. Todas derivadas del escandaloso 'caso Koldo' son un ejemplo palmario.
Donde un día Pedro Sánchez dijo digo: «No sabía que en el avión venezolano viajaba Delcy Rodríguez con rumbo a Barajas», «No voy a negociar con Bildu», «Traeré a Puigdemont a España para ponerlo a disposición de la justicia», «El cupo catalán es imposible», «La amnistía a los golpistas catalanes también lo es», «No vamos a derogar el delito de malversación», «Tampoco vamos a modificar el delito de rebelión», «No gobernaré nunca con Podemos porque no podría dormir por las noches», y una larga retahíla de promesas incumplidas; después dijo Diego sin despeinarse lo más mínimo. Tenemos un presidente que ha hecho del tacticismo y el relativismo político un arte elevado a la máxima expresión. Y junto a él, un conjunto de palmeros y palmeras que dan más vergüenza ajena que la que ellos mismos sienten. Habrá que comprender que, al cabo, le deben al «puto amo» (perdón por la expresión que ellos utilizan), su vida, sus ingresos y su razón de ser. ¿Dónde terminarían muchos de ellos sin 'mister Handsome' en la Moncloa?
Frente a la concienzuda y metódica desnaturalización del PSOE a la que se han entregado Sánchez y sus coros y danzas, tenemos a una oposición pasmada que aún no se ha enterado ni de dónde está ni de qué va la fiesta. Un grupo parlamentario amorfo y desnortado que no hace su trabajo, no se lee los documentos que vota y ofrece una imagen a medio camino entre la banda borracha y el ejercito de Pancho Villa. Si así quieren llegar pronto al Consejo de Ministros, hay que reconocer que lo tienen muy difícil. Cabe pensar que Alberto Núñez Feijóo se habrá dado ya cuenta, a estas alturas, de lo necesario que resulta contar con un equipo cualificado, capacitado y altamente profesional cuando se opta, nada menos, a que a gobernar este país. Hoy no lo tiene.
Y en la periferia está Sumar –más perdidos «que un torero al otro lado del telón de acero», que diría Sabina–, y Bildu, que habla de ETA como de «los nuestros» y va a conseguir la excarcelación inmediata de muchos de los asesinos que actualmente se encuentran entre rejas. Es el precio que han puesto sobre la mesa para apoyar al Gobierno y votar los Presupuestos. Al lado de este partido se encuentra Junts, con Carles Puigdemont haciendo ostentación del mando a distancia con el que dirige, desde Suiza, buena parte de las decisiones del Gobierno, y también de la manguera con la que insufla oxígeno, de manera controlada, a la legislatura.
Y en medio, estamos los ciudadanos: manejados, atónitos, indignados, ninguneados, engañados… pero, al mismo tiempo, acomodaticios, lanares y mansurrones; porque hay bares, viajes, ocio, vacaciones, puentes, festivos y jornada laboral de 37 horas y media a la vuelta la esquina. Con eso, ya ven, nos adormecen.
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