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Inmersos, como estamos, en las trapacerías y golfadas del inefable Koldo García y sus secuaces, hay inquietantes aspectos de la actualidad que pasan de largo sin el necesario análisis que requieren. Hablo, por ejemplo, de la peligrosa amenaza de Vladimir Putin quien advierte a ... la OTAN de que si envía tropas a Ucrania, posibilidad que sugirió atolondradamente el presidente francés Emmanuel Macron, las consecuencias serán «mucho más trágicas que en la Segunda Guerra Mundial». El presidente de Rusia no descarta acudir a su arsenal nuclear, llegado el caso, y advierte de «trágicas consecuencias» que supondrían «la destrucción de la civilización occidental».
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha afirmado hace tan solo unos días, que el continente no debe descartar una guerra como posibilidad, y todo esto sucede sin que nadie parezca prestarle la atención necesaria. El planeta se ha vuelto un lugar incierto para habitar, un espacio sometido a tensiones de todo tipo con gobernantes extravagantes, por no decir que algunos son directamente dementes, capaces de hacer saltar todo por los aires cuando se les recrimina, como en este caso, su intolerable ataque militar a Ucrania. Y mientras, nosotros estupefactos ante los comportamientos corruptos de una pléyade de delincuentes de la más «honorable sociedad». Todo sintomático y cierto. En eso estamos.
En otro lugar del globo, la franja de Gaza, la situación es conmovedoramente devastadora, mientras contemplamos a diario una catástrofe humanitaria con decenas de miles de personas sin agua ni alimentos. Israel ataca a una multitud hambrienta en busca desesperada de alimentos y provoca en un instante la escalofriante cifra de cien muertos y setecientos heridos. Nadie niega a Netanyahu su derecho a defenderse tras los espantosos ataques de Hamás a Israel el 7 de octubre. Aquello fue una matanza planificada y perpetrada por los terroristas con absoluta frialdad. Los testimonios de las víctimas son escalofriantes, pero el nivel de la respuesta resulta, a todas luces, desproporcionado. En esta guerra están muriendo miles de víctimas inocentes que nada tienen que ver con Hamás, pero ese es el modo de actuar del primer ministro israelí.
Tuve la oportunidad de conocer a Benjamín Netanyahu cuando ocupaba el cargo de ministro de Exteriores de su país. Me recibió, junto a un grupo de periodistas, en la austera sede de la cancillería, en Jerusalén. Se trata de un personaje que provoca poca empatía en el que se adivina un trato áspero y escasamente amigable. Tuvimos oportunidad de preguntarle por la situación en Palestina y él utilizó un sofisma para decirnos que nosotros, españoles, entenderíamos muy bien la cuestión porque teníamos entonces el problema de ETA en el País Vasco. Le argumentamos que una cosa eran los asesinos y otra, muy diferente, el pueblo vasco, del mismo modo que entendíamos que no se podía calificar de terrorista al pueblo palestino por mucha influencia que tuviera Hamás en su sociedad. No me pareció una persona muy de matices, sino alguien con convicciones muy arraigadas que actúa de acuerdo con sus principios sin importarle las consecuencias de sus decisiones. Y eso es, justamente, lo que esta ocurriendo ahora.
Tenemos dos crisis bélicas en marcha y una escalada verbal que habla de la guerra como una posibilidad cierta, algo que hasta ahora no estaba sobre el tablero de la geopolítica internacional. Hoy, el riesgo de que un conflicto armado llegue a Europa occidental es real. Y además, se perfila la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Decididamente, el mundo se ha convertido es un lugar cada vez más inseguro.
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