Uno de los elementos más abiertamente peligrosos de la denominada 'nueva política' ha sido denostar la Transición y todo lo que ese periodo supuso en el afán por la reconciliación, el olvido y el esfuerzo por mirar juntos al futuro. Aquella labor de restañar heridas ... y cerrar un enfrentamiento ancestral en la historia de este bendito país supuso la mayor gesta nunca realizada por nuestra sociedad en procura de un esperanzador periodo de libertad en paz. Y así fue, hasta que una visión revisionista, comenzada en el periodo de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno, abrió de nuevo la brecha entre españoles en una actuación irresponsable de división de la sociedad.
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De aquellos lodos llegamos a este tiempo en el que Pedro Sánchez anuncia que, por decisión propia, se erige «como un muro» para dividir a la ciudadanía entre aquellos que apoyan su particular visión de la política y todos aquellos que discrepan de la misma, con diferentes matices, por mor de su impulso a una amnistía abiertamente inconstitucional que ha terminado abriendo en canal la convivencia entre españoles. Siguiendo la estela de los manuales más reconocidos en la instauración del populismo en las sociedades, llegamos a este preocupante punto en el que personajes tan señeros como Felipe González, Alfonso Guerra o Fernando Savater son calificados abierta, equivocada e impropiamente de 'reaccionarios'. La pregunta es ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Degenerando, sin duda, abriendo brechas peligrosas y jugando con un fuego que puede acabar abrasándonos.
De modo que ya tenemos de nuevo las sempiternas dos partes que tanto han atormentado nuestra historia. De un lado, los progresistas, partidarios irredentos del sanchismo y todo lo que le cuelga, y, por otro, los supuestamente derechistas y ultraderechistas a quienes, los que gobiernan, tratan de poner cerco y reducir en una especie de ideológico 'ghetto' social. El panorama es tan injusto como desolador. Se trata de una división trabajada, planificada y deseada. Una escisión forzada y lamentable cuyo daño tardará tiempo en resolverse. Qué triste resulta pensar, otra vez, en unos y otros, en estupendos y ultramontanos, en buenos y malos españoles, en suma. Llevamos años dándonos cuenta de esto y llegará el momento en que será demasiado complicado resolverlo. Nuevamente el 'conmigo o contra mí'. Se trata, deliberadamente, de borrar el valor de aquel tiempo de reconciliación tras la dictadura y calificar ese providencial periodo de 'pasteleo' y 'componenda'. Todo triste y lamentable.
Esto no conduce, a priori, a nada bueno. La segregación es real y feroz en algunos casos. Estamos, en el 'ellos y nosotros', cuando creíamos haber superado lo más ominoso de nuestra historia reciente. Esto no va de izquierdas y derechas, sino de construir o destruir. Así de claro y así de cierto. Todos tenemos responsabilidad ante este intento de crear valladares y divisiones: los políticos, los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto. Así no vamos a ningún sitio. Estas Navidades habrá intensas discusiones alteradas en las cenas familiares después de unos pactos de gobierno contra natura que nadie en su sano juicio puede entender. La amnistía a delincuentes y el odio a los que piensan, legítimamente, de manera diferente, ha abierto una preocupante brecha en el conjunto de la sociedad que es preciso cerrar antes de que sea demasiado tarde. Se impone el sosiego, la reflexión y el diálogo sincero y razonable. Nos jugamos mucho en este envite y no podemos caer en maniqueísmos de todo a cien. Atentos, porque se trata, nada menos, que de asegurar la convivencia y el futuro.
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