Llegados a este punto cualquier cosa es posible. Trump nos puede reclamar Rota, Morón, Torrejón de Ardoz o la Costa del Sol, según le pete. El nuevo máster del Universo se ha instalado en la Casa Blanca con un ímpetu que produce el mismo ... temor en sus muchos detractores que entusiasmo a sus irredentos fieles. Con promesas como el resurgimiento de América y el fin de la cultura «woke», el retorno cesarista del multimillonario viene acompañado esta vez de un coro de ultra mega ricos que le acompañan en la aventura. Gente aburrida de coleccionar dinero que, después de haberse forrado con sus negocios, quiere explorar la influencia y el poder al lado del nuevo emperador de Occidente.

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Algunos conspicuos comentaristas han apodado a este conjunto de adinerados como miembros de una nueva oligarquía tecnológica. Pedro Sánchez ha preferido utilizar el término «tecnocasta», pero todos coinciden en que Silicon Valley, que en el primer mandato dio de lado a Trump, se ha rendido interesadamente al líder de MAGA (Make America Great Again) consciente de que el futuro de sus empresas depende de las caprichosas e imprevisibles decisiones del reelegido presidente. Ahí tenemos al todopoderoso dueño de Meta, Mark Zuckerberg, nada menos que Facebook, Instagram, Threads y WhatsApp; también a Jeff Bezos, multimillonario propietario de Amazon y del diario The Washington Post; y, por encima de todos ellos, el inquietante Elon Musk, símbolo de la nueva orden de superricos que ha recibido el encargo de racionalizar y adelgazar la Administración de los Estados Unidos. Entre su catálogo de propiedades puede exhibir la red social X (antes llamada Twitter), la empresa Space X, que lanza cohetes al espacio que terminan estallando sobre el Atlántico poco tiempo después de su despegue, o la marca de automóviles Tesla. Su fortuna está estimada en 350.000 millones de dólares, que es el equivalente a la tercera parte del PIB de España en manos de una sola persona. Él, como sus colegas, ha realizado donaciones sustanciosas a la campaña electoral de Donald Trump y para los fastos de su toma de posesión, todos conscientes de que esa inversión tendrá una sustanciosa recompensa en forma de regulaciones y prebendas. Unos óbolos a los que tampoco se ha negado esta vez el otrora escéptico Tim Cook, director ejecutivo de Apple.

Los satélites empresariales del trumpismo son, en mayor o menor medida, Nvidia, Tesla, Meta, Microsoft, Apple, Alphabet y Amazon, las siete magníficas de los negocios norteamericanos cuya capitalización bursátil resulta tan mareante como impúdica. Hablamos de una nueva élite de poder que dispone de unas cifras de capital y de una influencia absolutamente inéditas. Sus compañías han crecido en poco tiempo al aire de la imparable globalización que hace aumentar sus cifras de negocio hasta límites impensables. Algunos analistas, como el politólogo francés Guy Sorman, señalan sin ambages que el peligro de la nueva Administración no es Trump, sino Elon Musk, que actúa sin contrapoder alguno y al que denomina «monstruo antidemocrático nacido en las entrañas de una expansión desenfrenada».

Estamos ante un fenómeno nuevo en el que todo puede suceder: establecer aranceles inasumibles para terceros países, incluida la Unión Europea y, por supuesto, España; pugnar por el canal de Panamá, pretender la anexión de Canadá y de Groenlandia, cambiar el Golfo de México y muchas más iniciativas que colmen las ambiciones imperialistas de un personaje absoluta y totalmente imprevisible. El tiempo juzgará su presidencia, pero, por el momento, todo se presenta tan inquietante como altamente incierto. El imperio americano entra en una nueva época y sus dioses pueden estar locos.

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