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Es una de las preguntas más complejas de responder porque desafía a todas las teorías económicas habituales. Se trata de conocer de qué manera nos las arreglamos en este bendito país para abarrotar los restaurantes todos los días y a todas horas, acabar con las ... reservas de avión a multitud de destinos o hacer prácticamente imposible la previsión de alojamiento en cuanto llega una festividad o un puente laboral.
Madrid es una ciudad a cinco minutos de morir de éxito. Cada viernes por la tarde, el centro se transforma en un bullebulle de pasajeros con maletas que toman sus calles para pasar el fin de semana. Hablamos del turismo nacional que ha hecho de la capital un destino imprescindible para jóvenes que buscan marcha y menos jóvenes que exploran musicales, restaurantes, museos y terrazas superferolíticas. Si a eso le sumamos el ingente número de visitantes extranjeros que ocupan los hoteles más exclusivos, el resultado es un escenario urbano en el que se ha abolido la improvisación y exige una planificación metodológica para encontrar sitio donde cenar o, simplemente, tomar un aperitivo.
Para todo se requiere reserva y si no la tienes tu ocio corre el peligro de marchitarse en un deambular infinito sin posibilidades de éxito. Los precios suben desbocados al calor de la imparable demanda y deja de ser noticia que un determinado establecimiento de cinco estrellas haya pasado de cobrar 600 euros a 1.000 por noche sin resentirse lo más mínimo en sus niveles de ocupación. Despachar una cita gastronómica por menos de 50 euros es prácticamente imposible y un local de moda puede alcanzar fácilmente los 80 euros sin pasarse con el vino elegido. Por cierto, una copa de champán en uno de ellos se cobra ya a 25, así como suena. Los pisos turísticos incrementan su presencia actuando de gentrificadores de la ciudad y los hay que hacen su agosto ante este 'carpe diem' al que nadie parece querer renunciar.
Lo peculiar es que todo esto ocurre con una cesta de la compra un 21% más cara que antes, una alta inflación que afecta a todos los aspectos del consumo familiar, un precio de la gasolina en máximos, un incremento anual en el precio de las hipotecas que asusta y un alza en las facturas de colegios, electricidad, gas y seguros que hacen temblar a cualquier presupuesto doméstico. Ahora se anuncia que la rebaja del IVA de los alimentos tiene los días contados y que esto influirá en lo que paguemos en el supermercado cada vez que hagamos la compra. Pero eso tampoco va a modificar los hábitos de gasto que se han instaurado después de la pandemia y que consisten en vivir al día y no pensar demasiado en el futuro.
Los conciertos se anuncian con un año de antelación y en pocas horas se agotan entradas que no bajan en ningún caso de los cien euros. Algo está pasando y, seguramente, no nos hemos enterado. Con sueldos que no son en absoluto para tirar cohetes, el nivel de consumo ha alcanzado niveles nunca vistos y el ocio se ha convertido en un objetivo irrenunciable que cada vez escala niveles de coste más y más altos. Todo es muy caro, pero ya no nos asusta. Ante tamaño derroche la pregunta inevitable es ¿cómo lo hacemos?, ¿de dónde sale el dinero con economías familiares tan ajustadas? Los especialistas no se ponen de acuerdo, pero parece estar claro que la filosofía imperante es disfrutar a tope mientras buenamente se pueda, y que nos quiten lo 'bailao'. Tal cual.
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