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La paradoja es tan real como cierta. Pedro Sánchez Pérez-Castejón es presidente de un Gobierno, el Gabinete tiene sus ministros y ministras, pero las circunstancias políticas determinan que ese Ejecutivo no puede gobernar al no disponer de la acción de transformar la sociedad mediante ... la aplicación de leyes. Tal parece que la amnistía ha sido la última iniciativa parlamentaria que ha podido salir adelante. Lo demás es silencio. Baste citar como ejemplos la ley contra el proxenetismo y la explotación sexual o la ley del Suelo (tan necesaria). Se trata de iniciativas que han decaído ante la falta palmaria de apoyos en el Congreso de los Diputados. A esta lista se le pueden añadir muchos proyectos pendientes en una situación que denota parálisis legislativa por imposibilidad de sacar adelante las proposiciones parlamentarias.
La consecución de unos Presupuestos Generales del Estado para el año 2025 se antoja hoy una quimera inalcanzable, y, a partir de ahí, la propia viabilidad de la legislatura se estrella contra un punto muerto que se produce por la falta de mayoría y las estrategias particulares de los socios de investidura. Cataluña es el factor determinante del futuro de Sánchez en la Moncloa. Los siete malditos votos de Junts convierten al fugado Carles Puigdemont en el rey del mambo a cuyo ritmo baila el entorno presidencial. La posibilidad de repetición de elecciones ha pasado de hipótesis a probabilidad real y sin el apoyo de los rebeldes amnistiados nada puede cristalizar en la política general del país. Menos mal que el perdón de los delitos condenados por la justicia iba a traer una nueva etapa de convivencia fraternal entre Cataluña y el resto de España. En las ensoñaciones gubernamentales incluso se nos dijo que «el procés había terminado» con la aprobación de la amnistía y que los condenados en su día por las fechorías que cometieron iban a contribuir a una «nueva etapa de concordia y distensión». Pues va a ser que no. Lejos de avenirse a esa senda de paz y amor diseñada por Sánchez y los suyos, esta gente se muestra envalentonada y no se corta en decir que han doblegado al «Estado opresor» y que, tras la amnistía, ahora van con todo a por el referéndum. Vamos, convivencia y distensión de la buena.
Así las cosas, llegará un momento, no tardando mucho, que la resistencia heroica en sus puestos dejará de tener sentido para un Gobierno cuya coalición se desangra por la herida abierta de Sumar y la incapacidad evidente de Yolanda Díaz, que bien puede presentarse en cualquier foro diciendo: «yo era la próxima presidenta de España», remendando a Al Gore, aquella gran esperanza blanca frustrada de la política estadounidense. Los socios de Sánchez van a los suyo y, en este momento, no parece interesarles apoyar a un presidente capitidisminuido elección tras elección. Los problemas crecen dejando inservible una hoja de ruta diseñada para aplicar una «política bonita». En ese plan no entraba el caso Koldo, ni la investigación judicial a Begoña Gómez, ni la del hermano del presidente, ni la rebelión de los amnistiados, ni la desafección en las urnas, por mucho que se quiera vender como triunfo una mera resistencia en las recientes europeas.
Cualquier análisis mínimamente imparcial, concluirá en que el país está abocado a unas nuevas elecciones generales más temprano que tarde. Una cosa es intentar aguantar y otra, muy diferente, poder hacerlo. Tener un Gobierno que no puede gobernar es como tener un tío en Alcalá. Podrá intentar mantenerse, pero Sánchez es muy consciente de que todo esfuerzo inútil, como sabemos, conduce irremediablemente a la melancolía.
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