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A pesar de la notable torpeza de hablar de la amnistía y el indulto a Puigdemont, el PP ha revalidado su triunfo en Galicia y su líder, Alberto Núñez Feijóo, ha conjurado el temible sabor de la derrota que le hubiera dejado muy tocado en ... el caso de haber perdido el que ha sido su feudo durante dieciséis largos años. El elegido, Alfonso Rueda, tiene un carisma de líder político manifiestamente mejorable, de ahí la continua presencia de su antecesor en una campaña a la que ha dedicado la práctica totalidad de su tiempo durante las ultimas semanas consciente de su importancia estratégica.

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La fortaleza indudable de Ana Pontón al frente del Bloque Nacionalista Galego ha amenazado durante la campaña la continuidad de los populares al frente de la Xunta que estaban condenados a obtener la mayoría absoluta en las urnas como única opción. Ha habido nervios en los últimos días y momentos de susto cuando algunas encuestas reflejaban una mayor valoración de los electores a Pontón que a Rueda. La líder del BNG no reniega de su condición de independentista, pero representa un nacionalismo amable que ha calado en amplias capas de la población. El PP puede tomar nota de esta realidad a pesar del meritorio triunfo conseguido.

Es verdad que las cosas no han sido fáciles para los populares. La ominosa presencia de Vox ha constituido un ejercicio inútil que conduce inevitablemente a la melancolía de unos votos restados a su opción. La sorpresa ha sido la extravagante oferta de Democracia Ourensana que, al final, ha obtenido un escaño. El varapalo a Sumar en la tierra de Yolanda Díaz es para hacer reflexionar a la formación acerca de su futuro cuando aún no es siquiera un partido, sino una plataforma que muchos ciudadanos no acaban de visualizar con nitidez. Parece claro que la apuesta personal de Díaz por Marta Lois ha constituido un fracaso sin paliativos del que habrán de sacar conclusiones.

Los comicios gallegos han certificado también la irrelevancia de Podemos, que empieza a ser ya altamente preocupante para Belarra, Montero y el resto de dirigentes del partido que formó a su imagen y semejanza Pablo Iglesias. Desaparecido éste del panorama político y refugiado en sus medios de comunicación, la opción deja de tener sentido para sus antiguos electores que ahora le han dado ostentosamente la espalda. A señalar, el formidable batacazo del PSdeG. José Ramón Gómez Besteiro, ha sido un candidato destinado a ocupar la tercera posición que ha pasado sin demasiada relevancia por una campaña plana que ha cosechado los peores resultados para su formación. La primera idea de Sánchez para promocionar al desconocido ministro de Sanidad José Manuel Miñones, intentado repetir la operación de Salvador Illa en Cataluña, no cuajó por el inane paso del político por el Gobierno imposibilitando su proyección en Galicia, comunidad en la que los socialistas tienen un problema que les hace cambiar de candidato en cada elección sin lograr conectar con sus propios votantes.

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Galicia ha sido un síntoma, una meta electoral volante que tiene una obvia e inevitable lectura nacional. Como también la tendrán las próximas elecciones en el País Vasco, y no digamos las europeas del mes de junio, que pueden suponer un inapelable veredicto ciudadano a las discutidas políticas de Pedro Sánchez. Este es un año plagado de comicios al que pueden sumarse, muy probablemente, unas elecciones adelantadas en Cataluña. El panorama político es apasionante y nos muestra que la grandeza de la democracia estriba en que los ciudadanos, y solo ellos, pueden poner, quitar o reelegir gobiernos.

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