Ocurrió una noche de octubre de 1982 en los entonces recién inaugurados estudios de TVE en Torrespaña, el famoso 'pirulí'. Allí, Enrique Vázquez, que meses después sería nombrado subdirector de los informativos tras la victoria del PSOE, oficiaba como conductor de una entrevista al candidato ... a la presidencia del Gobierno, Felipe González. En el panel de periodistas se encontraba el inolvidado Pepe Oneto, entonces director de Cambio 16, quien, echándose su inmarcesible flequillo a un lado, le preguntó a González en qué consistía «el cambio» que constituía su lema electoral. El líder socialista no dudó en responder de inmediato con una frase directa que galvanizó el encuentro ante las cámaras: «El cambio es que España funcione».
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Aquel deseo de González lo comparten, sin duda, la mayor parte de los ciudadanos de este país. Especialmente cuando los políticos están tan alejados de la realidad y de los problemas y preocupaciones cotidianas de la gente como se evidencia en esta interminable campaña con la vista puesta en el próximo 28 de mayo. España no funciona enredándose en relatos que no gravitan sobre la vida diaria de los ciudadanos. Aquí, los dolores de cabeza vienen derivados de la posibilidad, cada vez más incierta, de llegar a fin de mes, de poder realizar gastos imprevistos, de pagar la factura de la electricidad, el gas, la cesta del supermercado o la hipoteca con el euríbor subiendo sin parar. El malestar se relaciona con los problemas en la Justicia que amenazan con paralizar los procedimientos legales en los tribunales hasta no se sabe cuándo, retrasando decisiones que resultan vitales para muchas personas afectadas. Y también, por cierto, con las interminables listas de espera de la sanidad pública que en algunas especialidades médicas resultan directamente escandalosas. En todo eso se encarnan las preocupaciones ciudadanas, no en episodios inventados para distraer la atención o colmar romos intereses partidistas.
Cuando existen problemas graves en el acceso a la fijeza en el trabajo, el poder menguante de los salarios, la galopante inflación, la atención médica, la ocupación de viviendas o la resolución de conflictos familiares o laborales en los tribunales; cuando todo eso ocurre, no cabe decir que España esté realmente funcionando. Y eso, por no hablar de la escandalosa, surrealista, caótica y vergonzosa situación que se vive en las inoperantes oficinas de la Seguridad Social. El poder está para cambiar las cosas en procura de una vida mejor para los ciudadanos. La lejanía entre la calle y los despachos es tal que cuando se habla del estado de la nación desde La Moncloa parece que se está haciendo de otro país con una realidad muy distinta. Un problema tan grave para los jóvenes como la vivienda no puede solventarse con tres anuncios encadenados que prácticamente rozan la ocurrencia. Estamos en una política instantánea de luces cortas, orientada a conseguir un titular o la apertura forzada de un telediario. Las campañas electorales se han convertido en un mercado persa en el que cada candidato vende su producto y promete escenarios de Hollywood por la sencilla razón de que provocan el aplauso de los fieles y son gratis para ellos. Una cosa es prometer y otra cumplir. Falta nivel, altura y soluciones efectivas a los problemas reales. Es tiempo de abordar, por parte de todos, una regeneración nacional que implique acuerdos en los asuntos realmente trascendentales. Hace falta, en suma, que España funcione. Ese continúa siendo el reto más de cuarenta años después de que lo afirmara aquel, entonces, joven candidato llamado Felipe González Márquez. Y ya ha pasado mucho tiempo. Demasiado.
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