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Parece claro que la política ya no es lo que era. Aquel territorio en el que resultaban imprescindibles las formas, la educación y la buena ... crianza, se ha convertido en una especie de albañal en el que se depositan los residuos menos nobles de la sociedad. Hace ya tiempo que el insulto, la descalificación del adversario considerado como enemigo, y los malos modos imperan en un espacio en el que cada vez existe menos ejemplaridad y hay más casos de comportamientos a evitar.
En este país vemos esto en cada sesión semanal de control parlamentario y también en los mítines de fin de semana, en los que se descargan epítetos de grueso calibre dirigidos sin piedad contra los partidos contrarios. Aquí ya no se salva nadie. Asistimos a un auge de los modos y maneras arrabaleras, barriobajeras y altisonantes, como si en lugar de señorías los parlamentarios fueran los chulos más malencarados de cada barrio. Vemos como los exabruptos han obtenido barra libre en cualquier discurso político y de qué manera los comportamientos tabernarios se enseñorean del discurso publico hasta hacerlo en ocasiones irrespirable.
Y en el epítome de la democracia que son los Estados Unidos, el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca ha pervertido el lenguaje el estilo y las maneras hasta extremos que harían sonrojarse de vergüenza a los padres fundadores. Resulta curioso comprobar como todo un presidente de los EE UU de América se mofa ineducadamente de los países que, según dice, quieren negociar los aranceles con que les amenazó de manera unilateral y afirma literalmente que esas naciones «le están besando el culo» (sic), para conseguir negociar las medidas, ahora en pausa de 90 días. «Se mueren por llegar a un acuerdo», asegura, mientras se ríe a carcajadas de su procaz grosería marca de la casa.
Su hasta ahora escudero, el magnate Elon Musk, parece replantearse su papel de comparsa al comprobar las cuantiosas perdidas que han sufrido sus negocios, especialmente Tesla, ante las tasas anunciadas por su comandante en jefe. Ante el dinero no hay amistades y por eso ha calificado de «auténtico imbécil» a Peter Navarro, que es el ideólogo de la demediada política arancelaria de la nueva Administración norteamericana. A esta sutil apreciación Musk añadió que Navarro es «más tonto que un saco de ladrillos», que es el equivalente anglosajón de «tonto a las tres» o «tonto con balcones a la calle». Esta es la altura de la politica internacional en estos momentos. Lamentable.
Ya no se admiten la disensión, la discrepancia ni la critica, mientras los disparos verbales se suceden en un ejercicio más próximo a la bravata que a la cortesía parlamentaria. Todo parece valer cuando se trata de descalificar, ridiculizar o burlarse de los políticos de la oposición. Aquí, toda una vicepresidenta primera del Gobierno, hace chistes que no le valdrían ni siquiera la admisión para participar en el Club de la Comedia y llama al presidente del PP «señor Mopongo», recuperando una actuación antigua, sin gracia alguna, que se compadece mal con el nivel exigible a la segunda figura del poder ejecutivo.
Pero ese es el problema, que ya no hay nivel y que la política se ha convertido en una actividad poco deseable y menos recomendable. Resulta muy preocupante la degradación que se observa en el dialogo público que, lejos de ser constructivo, es más propio de una partida de pendencieros faltos de escrúpulos. Valgan como mue=stra los repugnantes insultos machistas vertidos en redes sociales contra la ministra Pilar Alegría. Todo, como se ve, muy fino y educado.
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