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Transcurridas apenas cuarenta y ocho horas, aún hay candidatos preguntándose qué les ha pasado. Muchas fotos de aspirantes a alcaldías y presidencias de comunidades están pidiendo a gritos que algún alma caritativa las descuelgue cuanto antes de las farolas que las soportan y de las ... que penden como una ominosa ucronía insoportable para sus protagonistas. El tsunami electoral ha evidenciado una latente pulsión de cambio que alumbra el fin del ciclo político de Pedro Sánchez y el actual PSOE, tan distinto y distante con respecto al que alguna vez conocieron y votaron aquellos que el domingo se han desenganchado de una estela errática camino a la deriva. Los acuerdos con Bildu, los indultos a los golpistas catalanes, las excarcelaciones de agresores sexuales y los vergonzantes episodios de compra de votos, han provocado la desafección de una parte significativa de su electorado dejando al sanchismo a los pies de los caballos. De nada han servido las promesas volcadas en cada mitin con una impudicia propia de quien tira de dinero público en procura de sus propios intereses. La estrategia no ha funcionado y la furibunda reacción de los muchos barones destronados amenaza rebelión contra la figura del presidente que quiso plantear unas elecciones municipales como un plebiscito y ha comprobado el grado de rechazo que genera en la sociedad española.
La debacle y las críticas internas son de tal magnitud que Sánchez no ha tenido más remedio que apretar el botón del pánico y convocar elecciones para dentro de dos meses, en plena presidencia europea en la que habría depositado tantas esperanzas. En un giro poético del destino, puede que sea Feijóo quien herede, contra todo pronóstico, esa representación institucional si la ola de cambio a su favor le lleva hasta el Palacio de la Moncloa. La buena estrella que hasta ahora ha alumbrado a Sánchez, con una luz alimentada a partes iguales de osadía y resiliencia, se ha opacado y lo peor para él, según los expertos demoscópicos más agudos, es que los resultados del domingo serán casi imposibles de remontar de cara a julio. La diferencia en el numero de votos resulta tan abultada que la suerte parece estar echada en cuanto a quién será el próximo presidente del Gobierno de España. Se trata de una tendencia que comenzó a detectarse por los especialistas durante las semanas de encierro en la pandemia y no ha hecho más que confirmarse desde entonces en cada cita sucesiva con las urnas.
Ahora, todas las miradas convergen en Alberto Núñez Feijóo que acaricia un cargo para el que deberá demostrar determinación y competencia. La oportunidad que tiene por delante es tal, que su principal preocupación deberá ser no estropearla y elegir cuidadosamente al equipo que le acompañe y que hasta ahora no se acaba de visualizar. Por lo demás, se rezan responsos por Ciudadanos, una muestra clara de torpeza política que demuestra lo que pudo haber sido y no fue. Y también se mira hacia la zona de urgencias hospitalarias políticas en la que ha ingresado Podemos, víctima de un cumulo de errores, algunos de los cuales vienen derivados de su propia y evidenciada incapacidad. España ha hablado y lo ha hecho con una rotunda claridad expresada en las urnas. Las malas políticas han pasado factura y el juicio ha resultado inapelable. La campaña para las elecciones generales del 23 de julio acaba de empezar mientras las imágenes de los candidatos vencidos continúan todavía colgadas en calles y plazas como testigos mudos de la desolación que siempre sucede a la derrota.
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