ue dice aquí, el presidente, que vamos de cine y no tenemos motivo de queja alguno. Esto es España, pero también Disneylandia, la Arcadia feliz y el paraíso de Europa. Si antes afirmaba que la economía española iba «como una moto», ahora Sánchez rebusca entre las metáforas para equiparla nada menos a que a un cohete, ... desconocemos si interestelar para conducirnos directamente a otra galaxia. Semejante derroche comparativo no parece tener en cuenta los altos niveles de deuda y déficit público de nuestra economía, pero no vamos a dejar que la realidad, a estas alturas, arruine un buen titular.
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De modo y manera que estamos en falta con un líder que nos ha situado en la mismísima estratosfera gracias a sus políticas. Un dique contra el fascismo, un gobernante preclaro que aún no ha caído en la cuenta de que ya existen varias generaciones en este país que viven bastante peor que sus padres –aquellos que fueron jóvenes con la UCD de Suárez o el PSOE de Felipe González–, personas que tienen difícil independizarse, incluso pasados los treinta años, y se ven obligadas a vivir con sus padres ante la imposibilidad de acceder a un alquiler de precios imposibles y, mucho menos, a plantearse siquiera la compra de una vivienda en propiedad.
En su análisis triunfalista, tampoco se refleja que las clases medias españolas están mucho más empobrecidas que antes y que, quizá sin ser conscientes de ello, caminan a un proceso que conduce a que se 'latinoamericanicen', muy a su pesar. También debería repararse en la ingente cantidad de ciudadanos que se ven obligados a solicitar el ingreso mínimo vital ante la dolorosa ausencia de recursos propios. En esto, aunque la cobertura del subsidio fuera muy amplia, (cosa que no ocurre por las dificultades burocráticas en su tramitación), no debería de sacar pecho, porque radiografía la situación real de algunos sectores sociales carentes de un salario digno para subsistir.
Parte el corazón comprobar cómo en los alrededores de los grandes supermercados madrileños cada noche, a partir del cierre de los mismos, una legión de personas se afana en rebuscar restos de alimentos en los cubos de la basura. Y eso ocurre en el centro mismo de la ciudad, no en zonas marginales en donde es de suponer que esa estampa también se repite como un aldabonazo en la adormecida conciencia social. Podríamos hablar también de los escandalosos, intolerables y lacerantes índices de pobreza infantil en este país que tan bien va, una nación donde, eso sí, los ricos son cada vez más ricos y donde la inmigración no solo llega en patera, sino en primera clase de algunas aerolíneas en busca de una rápida nacionalización gracias al altísimo poder adquisitivo de los nuevos turistas para los que obtener los permisos correspondientes ha sido tan fácil hasta ahora como acogerse a la 'golden visa'. El dinero, ya se ve, lo compra todo.
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Así las cosas cabe preguntarse: ¿de qué presumimos? Las costuras están cogidas con alfileres y se rompen a nuestra vista. Debemos, como país, más de lo admisible y hemos dejado endeudadas a las siguientes generaciones en una huida hacia adelante basada en el principio axiomático de «el que venga atrás, que arree». El paro, especialmente el juvenil, es el más alto de la Unión Europea, pero eso, al parecer, no impide que estemos a bordo de un cohete. Harían bien quienes nos gobiernan en moderar sus ímpetus en busca de símiles triunfalistas que reflejan una imagen incierta de la realidad. Al menos de aquella que habitan la inmensa mayoría de ciudadanos.
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