![España verificada](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/12/04/1474784447-kZBE-U2109150818220FD-1200x840@El%20Norte.jpg)
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De modo y manera que aquí estamos, camino a la Navidad y perplejos –cómo no estarlo– ante la inefable situación que vivimos justo cuarenta y cinco años después de aprobar la Constitución que nos ha permitido llegar hasta aquí y desarrollarnos como sociedad con una ... fortaleza que sólo los más osados en la Transición eran capaces de imaginar. ¿Y cómo estamos?, pues mejor que queremos. Tenemos dos figuras institucionales que continúan como tales: el Rey (menos mal) y el presidente del Gobierno, aunque, en realidad, los que parten el bacalao en estos tiempos insólitos son un delincuente huido de la Justicia, de nombre Carles Puigdemont, y un diplomático salvadoreño llamado Francisco Galindo Vélez en el que han depositado todas sus esperanzas el PSOE y Junts. Así están las cosas.
Lo del verificador es una de esas ignominias que no nos merecemos como país. Se trata de un experto en refugiados que tuvo que dirigir la crisis derivada de la guerra en Tayikistán y que ha trabajado en Colombia, México y Egipto, asumiendo misiones diplomáticas de mediación. Así, a priori, cuesta entender qué tiene que ver la experiencia en conflictos bélicos del señor Galindo con el golpe de Estado perpetrado en su día en Cataluña contra la Constitución por los mismos que ahora van a ser amnistiados en cumplimiento del pacto alcanzado a cambio de siete misérrimos votos que resultaban decisivos para investir como presidente a Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Esta es la realidad, manchada, además, por el claudicante hecho de haber admitido que estos enjuagues se lleven a cabo en el extranjero hurtándolos a la soberanía popular que radica, como es sabido, en las Cortes españolas. Todo es una inmensa burla, un juego repugnante cuya negativa intensidad se ve incrementada por la burda justificación de hacerla pasar como algo impecablemente constitucional y nítidamente progresista. Vivir para ver. En su personal deriva, Sánchez intenta convencernos, como si todos fuéramos estólidos, de que la misma amnistía que hace cinco escasos meses negaba con fruición va a ser algo tan bueno que beneficiará incluso a aquellos que hoy se oponen a ella.
Mientras tanto, la sociedad, absorta en los puentes festivos, las inminentes celebraciones y los regalos de Reyes; traga. El Partido Socialista, otrora parte fundamental de nuestra arquitectura democrática, traga. Y los militantes y simpatizantes también tragan al tiempo que todo esto les parece tremendamente de izquierdas, aunque Junts sea más de derechas que Gengis Kan, porque fuera del poder hace mucho frío. Este es el panorama en el que estamos. Felipe VI acaba de inaugurar la legislatura y allí tuvo palabras de agradecimiento para las formaciones políticas que participaron en la preceptiva ronda de consultas en la Zarzuela para ayudar a elegir al candidato a la investidura. Con enorme educación no dijo nada de los otros partidos, a pesar de la falta de respeto que supuso su negativa a acudir a la llamada del Jefe del Estado a quien no reconocen. Lo inquietante es que estos antisistema son los socios preferentes del PSOE, aquellos que han roto todas las normas que siempre observaron los partidos de izquierda, incluidos los comunistas, que supieron dar una lección de acatamiento institucional que los de ahora son incapaces de emular.
Así que estamos en manos de Puigdemont, en Waterloo, de sus emisarios en Ginebra, de lo que pueda hacer el fontanero Santos Cerdán y, sobre todo, de la verificación de Francisco Garrido que ha pasado de la Colombia de las FARC a España y su Gobierno. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La respuesta es clara: degenerando, sin duda, degenerando.
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