![Enmascarados sin fronteras](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/01/22/1476135245-klGF-U210131454236760D-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Existen, y conozco a unos cuantos. Hablamos de esos seres humanos que se han colocado de nuevo la mascarilla con una satisfacción de vencedores. Personas que llevaban clamando por su vuelta desde que dejó de ser obligatoria, tras la pandemia, y que nunca acabaron de ... aceptar que el cubrebocas saliera de nuestras vidas para siempre. En realidad, advertían sobre los riesgos de abandonarlo porque el adminículo parece que les concedía una seguridad en sí mismos de la que de otra forma carecían. Para ellos este bozal de papel es la solución a todos los males, a pesar de que hay voces científicas autorizadas que cuestionan que sea el bálsamo de Fierabrás para remediar los picos de gripe o de covid.
No se trata de rechazar sin paliativos las mascarillas, sino de calibrar el asunto de la obligatoriedad en su justa dimensión. Su mayor efectividad está en la prevención de los contagios, por lo que parece lógico que las utilicen aquellas personas con síntomas para evitar infectar a los demás. Lo suyo es decretar su utilización en los inicios de un posible brote significativo de infecciones, pero una vez que se ha alcanzado el pico de estas, tal y como nos dicen los sanitarios, no parece que vayan a remediar un mal que ya está causado. Hay quien no entiende que se haya exigido su uso en farmacias y no, por ejemplo, en unos grandes almacenes. Y lo que nadie pudo descifrar nunca es cómo supuestos especialistas en virus avalaran la obligatoriedad de las mascarillas en las calles y plazas, al aire libre, como ocurrió en su día.
En el colmo de lo surrealista, resulta enternecedor contemplar a conductores que son los únicos ocupantes de su vehículo con el cubrebocas puesto, quizá para evitar contagiarse a sí mismos. Y luego está el uso que cada cual hace de él sin tener en cuenta algunas normas básicas de higiene. Resulta innegable que hay quien, llegada la ocasión, saca un burruño del bolsillo, al lado de las llaves o el dinero, y procede a cubrirse con él la nariz y la boca. Uno sospecha que en esas condiciones, y pasadas claramente las horas recomendadas de uso para asegurar su efectividad, el remedio es, sin duda, mucho peor que la enfermedad. Respirar gérmenes patógenos no parece recomendable por mucha normativa que se dicte al respecto. Y aspirar una cantidad de CO2 superior a la normal tampoco resulta una práctica saludable.
De modo que cubrebocas, sí pero dentro de un orden. Usándolo con precaución y rigor, asegurando su higiene, cambiándolo cuando corresponda, llevándolo aislado y no mezclado con objetos que pueden contaminarlo. Es la única forma. Lo otro no deja de ser un brindis al sol, algo para que se vea que nuestras autoridades sanitarias hacen algo, aunque sea tarde y torpemente. Por lo menos esta vuelta a un pasado que creíamos haber olvidado, hace felices a muchos recalcitrantes que disfrutan embozados hasta el punto de que si por ellos fuera la normativa se mantendría de por vida. Ya dijo el Guerra que «hay gente pa to», y existen personas que disfrutan de respirar mal y de la incomodidad evidente de estos fetiches. Que nadie, por favor, se rasgue las vestiduras cuando se pone en cuestión el regreso de las quirúrgicas, FFP2 y demás gama de protectores. Hay expertos relevantes que piensan que lo verdaderamente eficaz es vacunarse y que la mascarilla, siendo un elemento positivo, no es la panacea absoluta para el brote infeccioso que ahora nos afecta si no se adoptan, además, otras medidas complementarias.
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