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Costaba pensar que la considerada primera potencia del mundo, por mucho que este título se encuentre hoy en discusión, hubiera llegado hasta el punto de enfrentarse a una elección catastrófica el próximo mes de noviembre. Sorprendía saber que entre todas las posibilidades existentes en el ... Partido Demócrata decidieran apostar por el actual presidente en ejercicio, un anciano venerable con sus capacidades cognitivas afectadas al que ningún hijo razonable dejaría continuar al frente de una empresa familiar. Joe Biden, un político estimable, acusa un desgaste evidente, palmario y altamente preocupante. Sus cada vez más frecuentes despistes y lagunas mentales, son un síntoma claro de su incapacidad para optar a una reelección que, en caso de ganar, le hubiera mantenido en el poder otros cuatro largos años más. Repasar su actuación en el debate organizado por la cadena CNN es sentir una sensación incomoda que, inevitablemente, se mezcla con la incomprensión para entender por qué sus familiares y colaboradores cercanos le permitían seguir en la carrera electoral. Al final, la razón se ha impuesto y todo indica que será la actual vicepresidenta, Kamala Harris, quien se haga con la candidatura del Partido Demócrata.
Frente a esta imagen de novedad, primera mujer negra que opta al cargo, el Partido Republicano recupera a Donald Trump, convertido en una especie de héroe nacional, tras el atentado de Pensilvania. Sus modos y maneras, su estilo tosco, zafio y desafiante, el escaso respeto que muestra a la leyes y a la propia Constitución de su país y el impresentable comportamiento que exhibió animando el asalto al Capitolio tras las ultimas elecciones en la que perdió con Biden, califican una candidatura que camina por la estrecha línea que separa lo razonable de aquello altamente peligroso. La vuelta de Trump a la Casa Blanca abriría la posibilidad de que cualquier supuesto incidente podría ocurrir ante la imprevisibilidad del inefable personaje.
En un mundo cada vez más polarizado y con inquietantes focos de tensión, cualquiera de las dos posibilidades se presenta hoy como una moneda al aire. Con la guerra de Rusia contra Ucrania, el conflicto en la franja de Gaza, las constantes amenazas de Kim Jong-Un, los inquietantes comportamientos de Vladimir Putin y el papel todopoderoso de Xi Jinping, el planeta merece una opción seria, responsable, tranquilizadora y coherente al frente de los Estados Unidos de América. El futuro presidente de la nación y comandante en jefe de sus Fuerzas Armadas, no podía ser ni una persona plena de senectud ni tampoco un bravucón multimillonario que solo defiende sus intereses. Los analistas echan en falta políticos de altura, mentes brillantes y preparadas que puedan ejercer un liderazgo mundial y actuar de contrapeso en un tablero geopolítico cada vez más inestable. Todavía está por ver si Harris alcanza la talla que se espera de ella.
Acobarda pensar en una cada vez menos improbable actuación limitada con armas nucleares y suponer qué harían, llegado ese caso, la virtual candidata demócrata o Donald Trump. El 20 de enero de 2025 tomará solemne posesión de su cargo el nuevo presidente, o presidenta, que tendrá a su cargo el manejo de la política exterior y de defensa del bloque occidental. Por eso, más vale que la cosa salga bien y el resultado permita confiar en una nueva etapa con equipos preparados capaces de hacer frente a los continuos desafíos que se presentan en el futuro más inmediato. De momento, hay que apostar por la esperanza y confiar en que el mundo pueda corregir el actual rumbo desde el mítico despacho oval de la Casa Blanca. Veremos.
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