A nuestro país le cabe el dudoso honor de ser el último en cuanto a inversiones en defensa de toda la estructura de la OTAN. Estamos en el 1,24% y bajando. Hasta nos ha ganado Luxemburgo, que siempre ha estado a nuestro mismo ... nivel de escasez en compra de materiales y capacidades, lo cual indica lo descolgados que estamos quedando frente a otros países con los que compartimos pertenencia a la Alianza Atlántica. Un alto mando del Ministerio de Defensa reconoce sin ambages que las inversiones en 2024 van a cerrar «a un nivel lamentable», especialmente si nos comparamos con otros socios que han llegado al 2% que solicita la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y aquellos, cada vez más, que alcanzan el 3%, el 4% e incluso mayor porcentaje con respecto a sus PIB.

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Situarnos a la cola de 32 socios no es una buena noticia. Más allá de los planteamientos simplistas manejados por el buenismo indocto, España necesita defensa, como otras naciones, porque el mundo se está poniendo complicado con situaciones alarmantes en Ucrania, Gaza, Taiwan y la zona del Pacífico, por citar solo algunos focos de preocupación. Sin ir más lejos, aquí nos enfrentamos a un gran reto que es África y la situación en el Sahel. Hablamos de un conflicto donde el foco no es un ejército, no viste uniformes, no porta armas, no dispone de aviones, ni de artillería, ni de efectivos navales, ya que no es un enemigo. Son miles y miles de personas inermes huyendo de la miseria y mirando a nuestras costas, lo que en algún momento podría provocar una situación inquietante. La solución no pasa por una defensa tradicional, sino por disponer de capacidades de inteligencia y acciones disuasorias que ayuden económicamente a los países emisores y puedan parar estas avalanchas migratorias en origen. Pero esa labor requiere de una metodología que solo pueden facilitar nuestras Fuerzas Armadas.

Hablamos también de las denominadas 'guerras híbridas', aquellas que se libran no solo en los escenarios tradicionales sino también el el ciberespacio. Se trata de nuevos teatros de operaciones que suponen una amenaza, y no precisamente menor, para las sociedades que conocemos y habitamos. Europa nunca ha tenido un periodo de paz más duradero que el actual en su historia. A excepción de la guerra en la antigua Yugoslavia, que tuvo un carácter limitado en su espacio geográfico, no ha habido conflictos globales en el continente desde el final del la Segunda Guerra Mundial. Nos habíamos acostumbrado a un bienestar pacifista que hacía innecesarias grandes inversiones en defensa. Además, teníamos a los Estados Unidos actuando de 'primo de Zumosol' ante cualquier veleidad de ataque a los países de la UE, y eso nos cubría en España frente a las posibles tentaciones desde el norte de África. Pero ahora todo eso ha cambiado, y más que puede hacerlo si, como parece, Donald Trump regresa a la Casa Blanca el próximo mes de enero. Su visión pasa porque Europa asuma y pague sus propias necesidades militares de defensa y eso es algo que se revela altamente necesario con Putin en Rusia, Xi Jinping en China y Kim Jong-Un en Corea del Norte. El planeta se ha convertido en un lugar cada vez menos seguro y ya se habla en algunos foros de riesgo nuclear, algo que nunca antes había ocurrido. Así las cosas, habrá que entender la cruda realidad y asumir también, como europeos, que nuestro casero de defensa, los Estados Unidos de América, nos va a subir, y mucho, el precio del alquiler.

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