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Una moción de censura constructiva, como contempla nuestra Constitución, es un ejercicio de responsabilidad en el que el tiro puede salir por la culata. Aviso a navegantes. En 1980, Felipe González, líder de un PSOE en la oposición, protagonizó una que no ganó pero le ... consagró como alternativa a la errática UCD de Adolfo Suárez. Una buena jugada que, sin embargo, no conjuró, la intentona suicida de aquel líder volátil que fue Antonio Hernández Mancha, un sucesor de Fraga que salió directamente de la moción al desolladero a causa de una operación atolondrada, mal planteada y desastrosamente ejecutada.
Hoy mismo, vamos a tener la ocasión de contemplar un espectáculo surrealista. Un nonagenario con pasado rojo pasión va a defender en el Congreso la moción de los representantes de una extrema derecha arrumbada por el tiempo y la evolución del país. Un ejercicio torpe y patético protagonizado por quien fue un día referente honorable de la izquierda de este país, reconvertido hoy en un soldado útil para las peregrinas estrategias de los de Abascal.
Ramón Tamames ha sido una figura reconocida. Economista, historiador y político, siempre representó una posición intelectual y personalista. Personaje emblemático del antiguo Partido Comunista de España, fue después uno de los fundadores de Izquierda Unida hasta que sus arrebatos eclécticos le llevaron al CDS de Adolfo Suárez y, ahora, hasta las posiciones retrógradas de Vox. Bien haría Tamames en respetarse y proteger su legado en lugar de prestarse a ser el hazmerreír de una charlotada de consecuencias poco claras. Hoy, desde el escaño prestado de Abascal, pronunciará un discurso huero, difundido ya por y todos los medios de comunicación a consecuencia de una torpe filtración senil, que no va a hacer la más mínima mella en el destinatario de estas balas sin pólvora que es Pedro Sánchez. Como mucho, esta patochada le servirá para reafirmarse en sus políticas sin acusar ningún desgaste por semejante operación. Es probable que algunos de los seguidores de Vox, escindidos en su día del Partido Popular, recapaciten su huida y decidan volver a la casa madre ante el dramático esperpento de una formación que puede firmar, tras lo de hoy, su absoluta irrelevancia en la esfera política.
La moción de Tamames es innecesaria, inoportuna, extemporánea y absurda. Una operación inane que acredita el estado de la política de este país y que será, lamentablemente, una plataforma de adhesión para descreídos que no están dispuestos a prestar su voto y su atención a una clase política tan ensimismada de sí misma como alejada de los verdaderos intereses de los ciudadanos. La gente está preocupada por el incremento inasumible del coste de la vida, por su futuro cada vez más incierto, por los inauditos precios de los productos energéticos y de la cesta de la compra. En fin, por todo aquello que afecta a su vida sin contar, por supuesto, con la forma de gobernar por decreto del Ejecutivo progresista, feminista, ecologista y ampliamente demagógico de Pedro Sánchez. En lugar de ofrecerle respuestas a todo esto, la clase política ha decidido protagonizar un espectáculo en el Congreso, imposible de prosperar, que nos mantendrá a todos ocupados en las próximas horas. Una representación estéril ante la cual solo caben las enardecidas proclamas de ánimo de los fieles excomunistas y ultraderechistas que quizá puedan cantarle a Tamames aquella canción de los payasos de la tele: 'Dale Ramón'. Un recuerdo infantil que refleja como entre el divertimento de Gabi, Fofo, Miliki, Fofito y los maquinadores de la moción de hoy no hay, al final, tanta diferencia, ni mucho menos.
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