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Botas de agua en el pueblo valenciano de Catarroja. Efe
Opinión

La condición humana

Dados rodando ·

«Resulta esperanzador ver a jóvenes comprometidos en la reconstrucción o cómo hay samaritanos capaces de hacer de transportistas de aquellos que tienen que desplazarse a recibir un tratamiento de quimioterapia»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 12 de noviembre 2024, 07:14

Cuesta adquirir la consciencia de que ante cualquier tragedia siempre existen almas extraviadas capaces de sacar provecho de la desgracia ajena. De la misma forma en que nos resulta imposible ponernos, siquiera un instante, en la mente de un perturbado capaz de abusar de unos ... niños o de un maltratador que hiere con saña a su pareja, lo mismo ocurre con los malnacidos que han utilizado el desconcierto, el caos, el dolor y la conmoción originados por la DANA en la Comunidad Valenciana, para robar, asaltar y despojar de sus pertenencias a personas duramente castigadas por la desgracia. Miserables que amparados en la oscuridad derivada de la falta de electricidad, asaltaron comercios y saquearon domicilios particulares. Personas abyectas capaces de engañar a ancianos para que les franquearan el paso a lo que quedaba de sus casas, haciéndoles creer que iban a hacer una relación de lo que necesitaban, para llevarse todo aquello de valor que aún les quedaba. Nos preguntamos, cómo es posible actuar así, de qué material están hechas sus conciencias para aumentar el dolor de los que lo han perdido todo. Y, obviamente, no encontramos respuesta ante gente capaz de empeorar el infierno.

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Frente a esa realidad, que existe aunque no podamos comprenderla, está el ejemplo de la inmensa mayoría. Hablo de los voluntarios, de la buena gente que se desplazó desde el primer momento a ayudar en aquello que pudieran. Personas que ha donado alimentos y facilitado ayuda económica para paliar la desesperación de las víctimas. Buenos ciudadanos que han colaborado ofreciendo, además, una sonrisa o un abrazo en los momentos de mayor desesperanza. Reconforta comprobar que hay mucha más buena gente que mala en este mundo. Resulta esperanzador ver a adolescentes y jóvenes comprometidos en la reconstrucción del desastre o cómo hay samaritanos capaces de hacer de transportistas de aquellos que tienen que desplazarse imperiosamente a recibir un tratamiento de quimioterapia a varios kilómetros de su lugar de residencia. Y lo mismo ocurre al observar sobre el terreno a un numeroso grupo de animosos farmacéuticos que han puesto en pie casi todas las boticas de la zona llevando ordenadores, muebles y medicamentos a aquellos compañeros que vieron anegados sus locales por la riada. Si hubiera que entregar unos premios a la bondad, les aseguro que la cosa iba a estar muy disputada por la calidad humana de tantas personas que se han dedicado a socorrer en estos días.

Las catástrofes son capaces de sacar lo mejor y lo peor de una sociedad. Los ejemplos más admirables y las abyecciones más abominables. Es la cara y la cruz de cualquier realidad, el haz y el envés donde el mal y el bien habitan a escasos metros. Nos resulta casi imposible invocar perdón para los desalmados porque no hay mayor delito que incrementar el sufrimiento de aquellos que peor lo pasan. André Malraux escudriñó la condición humana y vio el lado más luminoso y las zonas más oscuras de las almas. Nos gustaría un mundo en el que la solidaridad, la humanidad, la compasión, la ayuda y el respeto estuvieran presentes en cada actuación, pero, lamentablemente, eso no es así. En cualquier caso, quedémonos con lo que ha sido el proceder de una inmensa mayoría de personas anónimas que no han dejado de confortar a los damnificados porque así se lo piden sus conciencias. Cuando nos unimos, y ejemplos sobrados tenemos de ello, somos capaces de los mejores logros. Por eso es esperanzador comprobar como la buena gente hace más puro y mejor el aire que nos toca respirar cada día.

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