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Cabe preguntarse por qué lo llaman corrección política cuando, en realidad, estamos hablando de coacción a la libertad de creación y de expresión: censura pura y dura, vamos. En estos tiempos de histerismo y memez colectiva, cualquier actividad artística, es susceptible de 'incomodar' a alguien. ... Atención, porque esa es la palabra clave, el temor de todo escritor, pintor, escultor, dramaturgo, director de cine o periodista a que ante su producción alguna persona formule la frase que le condenará al averno: «No me siento cómoda». Ante eso, amigos, solo queda la autodestrucción o el exilio.
El caso de Roald Dahl es tan emblemático como siniestro. Revisar a estas alturas toda las obra de este escritor para expurgar calificativos que puedan molestar a la extensa caterva de 'ofendiditos' que en el mundo son, es una acción tan ridícula que cuesta creer que alguna de sus editoriales se haya prestado a semejante disparate. La cosa no para aquí, porque Ian Fleming es el siguiente objetivo. Que James Bond era un conquistador irredento y hasta tenia licencia para matar, era algo que todos éramos capaces de entender como una ficción que nada tenia que ver con la realidad. Ahora, se pretenden reescribir sus novelas para adecuarlas a un contexto más inclusivo con perspectiva de genero y antes de que se cancelen todas las películas rodadas a lo largo de medio siglo se piensa en una agente 007 femenina para contrarrestar los excesos del personaje. Una autentica estupidez.
Mucho es de temer que estemos confundiéndolo todo, y para muestra valga la creación de una figura siniestra que en los países anglosajones responde al amenazante nombre de 'sensivity reader', un 'lector de sensibilidad', para asegurar a los autores y a sus editores que lo que escriben no molesta a nadie. A este paso la creación literaria se va a convertir en una actividad de alto riesgo. Los nuevos Torquemadas estarán siempre ahí para tachar adjetivos que les parezcan ofensivos, y no hablamos de insultos, sino de simple prosa descriptiva. No se podrá decir que un personaje es bajo, gordo, feo, calvo, cojo ni malencarado, por muy pirata que sea. Ahora todo tiene que ser 'polite', inclusivo y 'chupiguay'. Walt Disney tampoco se salva, ni mucho menos: Cenicienta es un estereotipo heteropatriarcal y Blancanieves una pervivencia de los roles de genero. De sus siete acompañantes no digamos nada, qué osadía llamarlos enanitos cuando se les puede denominar 'discapacitados verticales'. Y todo así.
La cosa movería a la risa si no fuera una tendencia real y cada vez más extendida. Una cosa es el respeto debido a las minorías y el cuidado al escribir para no resultar ofensivo y otra cercenar la capacidad fabuladora del autor que al teclear en su ordenador estará pensando en ese lector de sensibilidad del que dependerá su futuro, aunque el tal 'sensivity' sea un sandio de libro. En todo esto, además de la pérdida de rumbo de una sociedad cada vez más idiotizada, se deja ver el desprecio absoluto a la capacidad intelectual de los lectores, especialmente de los niños. Todos leímos libros que hoy no pasarían el corte de la 'incomodidad' y entendimos perfectamente que aquellos personajes atrabiliarios no eran sino fruto de la imaginación del autor. Ya sabíamos que a esos tipos no nos los íbamos a encontrar en la vida real, como entendíamos que Harry el Sucio y sus dotes de seducción se agotaban en la pantalla, y que disparar a diestro y siniestro no estaba bien ni resulta tolerable. Entonces, afortunadamente, no nos hacían falta 'sensibles' ni otros censores absurdos.
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