Le conocí a finales de los ochenta, en un viaje de los Reyes a Estados Unidos siguiendo la huella española en aquel país. Fue en Carmel, la localidad californiana en la que ejercía como alcalde el actor Clint Eastwood, a quien yo acababa de entrevistar ... para Televisión Española. Estábamos compartiendo un almuerzo frente al cautivador paisaje de Pebble Beach y allí me explicó José María Carrascal el significado del paisaje que me tenia absorto, con la maravillosa carretera 17-Mile Drive que el propio Eastwood había convertido, años antes, en escenario de su película 'Play Misty for Me', aquí traducida absurdamente como 'Escalofrío en la Noche'. Yo era un jovencísimo periodista, asombrado por todo aquello que estaba viviendo, y él un profesional consolidado que ejercía como corresponsal de 'Abc' en Nueva York después de haber velado armas profesionales en el legendario 'Pueblo' de Emilio Romero.
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La casualidad hizo que, tiempo después, coincidiéramos en la Antena 3 que capitaneaba el inolvidado Antonio Asensio. Recalé allí reclamado por Pepe Oneto para dirigir a su lado los informativos de la cadena y en el despacho contiguo al que yo ocupaba estaba el de José María, superviviente de la etapa de Manuel Martín Ferrand, que había pasado de las Noticias de las Ocho al noticiero de la noche, «al filo de la madrugada» como él popularizó. Aquel informativo nunca tuvo hora fija de emisión y entraba cada día en la parrilla en función de la duración del 'prime time'. A veces la programación se alargaba tanto que se emitía en un horario imposible, ya avanzado el nuevo día, tan tarde que Carrascal, todo flema y señorío, veía rebasada su paciencia y al saludar decía a su audiencia: «No sé si este espacio es el último de la noche o el primero de la mañana». Y tenía razón. Su pacífica forma de protestar contra aquel desajuste consistía en calzarse unas zapatillas de andar por casa, unas pantuflas que guardaba en el cajón, y deambular con ellas por la somnolienta redacción de jóvenes que le acompañaban en aquella aventura.
Llegaba a la sede de la cadena, en San Sebastián de los Reyes, a las seis de la tarde y llevaba siempre consigo un cuaderno escolar en el que tenía anotadas las noticias que quería abordar en su tiempo informativo y que había recopilado a lo largo de la jornada, porque, a pesar de acostarse obligadamente a horas innobles, madrugaba para estar atento a todo lo que pasaba y para tomar apuntes que le sirvieran a la hora de elaborar su programa. Siendo marino mercante, su pasión fue el periodismo y, por supuesto, Ellen, su esposa alemana a la que conoció en sus primeros tiempos de corresponsal en Berlín y a quien profesaba una adoración sin límites.
Carrascal siempre tuvo hueco y tiempo para atender a los jóvenes periodistas que le circundaban y le contemplaban con una mezcla de estupefacción y admiración. Desde que llegó a Antena 3, con sesenta años, siempre fue un hombre mayor. Sus imposibles corbatas, que compraba en mercadillos de Nueva York y Londres a precio de saldo, eran una forma personal de travesura y de identificación. Emuló a los grandes «anchormen» de la televisión americana a quienes tenía como referentes: Dan Rather, Tom Brokaw y Peter Jennings. Extrajo lo mejor de todos ellos y añadió su irrepetible impronta personal. Escribió artículos hasta el último día, la semana pasada glosaba magistralmente la jura de la princesa Leonor, y ha muerto, como quería, con las manos en el teclado del ordenador. Descanse en paz.
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