Se han preguntado cuánto duran las santas intenciones que todos nos formulamos haciéndonos, al mismo tiempo, trampas en el solitario? Salimos de la Navidad henchidos de palabras bonitas, proyectos vitales de mejora, un cierto hartazgo buenista y una sobredosis de azúcar y grasas que ahora ... es preciso expiar con dieta, voluntad y otros comportamientos penitenciales para encauzar el nuevo año recién estrenado. El caso es que llegamos hasta aquí con las agendas por escribir al igual que la vida dispone de un largo periodo de doce meses para desarrollar lo mejor que sea capaz de ofrecernos a poco que tengamos algo de fortuna y viento propicio.
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Los expertos saben que es en estos días iniciáticos, al igual que ocurre al comienzo de cada nuevo curso en septiembre, cuando nuestras mentes y espíritus se encuentran con mayor predisposición a los cambios y a la asunción de nuevos proyectos. En la lista de deseos de cada cual figurará aprender un idioma, apuntarse al gimnasio, adelgazar, mejorar la dieta, cuidarse más y, quizá, atender mejor a esas personas a las que el oleaje del día a día ha dejado varadas en la playa de nuestro territorio de afectos personales. Los psicólogos aseguran que en estos momentos, cuando nos sentimos plenos de motivación, es la fuerza de voluntad la que nos hace afrontar con éxito cualquier propósito con la condición de mantenerla a lo largo del tiempo. Pero, para qué vamos a engañarnos, el motor termina gripándose indefectiblemente y a finales de este primer mes del año ya contemplaremos arrumbados los buenos deseos en la misma arena personal de los afectos olvidados. Así son las cosas y así, en general, somos nosotros.
Sería bueno no dar todo por sentado. Pensar que la vida es una aventura cotidiana cuyos días se nos abren intactos para aprovecharlos y no malgastarlos. Podríamos pararnos a pensar lo poco que celebramos la existencia cuando es nuestra única posesión intima y personal. La filosofía de la lentitud y la de aplicar la consciencia a todo lo que hacemos, encuentra cada vez más adeptos ante el panorama que plantean nuestras inciertas realidades, porque del único principio del que podemos estar seguros en estos tiempos es del principio de incertidumbre, formulado por Heisenberg para establecer la imposibilidad de que determinados pares de magnitudes físicas, observables y complementarias, sean conocidas con precisión arbitraria. Traducido a lo nuestro, es la imposibilidad de predecir un futuro inmediato estable en el que desenvolvernos, por eso, porque no somos capaces si quiera de intuir lo que puede ocurrir mañana, y menos aún pasado mañana, es tan importante vivir plenamente cada momento como si fuera el último.
De modo que aquí estamos, estrenando un año que como todos por estas fechas pinta regular a tenor de las predicciones de los analistas y la propia intuición de cada uno. Ante esto no queda otra que alimentar la esperanza para seguir viviendo y encarar el futuro con la mayor determinación que seamos capaces de generar. 2024 es una oportunidad, una promesa por cumplir, un tiempo imprevisible que habitaremos con miedo, con resignación o con determinación positiva, nosotros elegimos. El temor ya sabemos que es paralizante, y el hecho mismo de resignarse constituye aceptar un suicidio cotidiano, así que únicamente nos queda el abordaje inteligente como motivación esencial de nuestro día a día. Siendo este el panorama, el optimismo se revela como una obligación ética. No disponemos de otra opción. Termina la Navidad y empieza todo de nuevo. El guion, aún por desarrollar, depende solo y exclusivamente de nosotros, así que procuremos escribirlo bien.
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