Francia necesita una ola de autoridad», ha dicho, con toda la firmeza de la que es capaz, el joven primer ministro francés Gabriel Attal. Con una sociedad perpleja ante el grado de incivismo que se registra en sus aulas, las autoridades han diseñado un plan ... que contempla la idea de enviar a los adolescentes conflictivos a internados lejos de sus barrios de residencia, regular estrictamente el uso de las pantallas y los teléfonos móviles en los centros educativos, imponer sanciones reales a los menores a los que actualmente no se les puede castigar debido a su edad e imponer multas a los progenitores que abdiquen de la responsabilidad que tienen contraída con sus hijos. Toda una panoplia de acciones que intentan remediar una situación dramática que ha crecido paulatinamente ante la falta de respeto en las aulas y la mermada influencia que tienen los profesores con sus alumnos.
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Gabriel Attal se preguntaba sorprendido: «¿Cómo hemos llegado a esto?». Y 'esto' es comprobar cómo una profesora sufrió una brutal agresión en un colegio de Marsella cuando uno de sus alumnos la tomó contra ella. 'Esto' es saber que un adolescente fue ingresado en coma en un centro hospitalario tras sufrir una descomunal paliza en su colegio por otros compañeros en la localidad de Montpellier. Lo más grave y terrible, con todo, ha sido el fallecimiento de un chaval de solo 15 años tras una agresión del mismo tipo en el sur de París. El primer ministro afirma que: «A Francia le duele una parte de su juventud», y promete la adopción de «medidas drásticas desde la raíz del problema». Desde el Palacio de Matignon se quiere atacar el separatismo islamista en las clases. Como es sabido, en el país vecino rige el principio de laicidad con la prohibición de algunos símbolos religiosos como los velos, pero existe una corriente en contra de esta decisión que pretende hacer una guerra de religión en las escuelas que las autoridades «no están dispuestas a permitir», según el máximo responsable del Gobierno galo.
En mayor o menor medida, el problema se reproduce en otras sociedades que han decidido mirar para otro lado y justificarlo todo en aras de una mal entendida libertad. En estos tiempos hay muchos ofendidos desavisados que confunden la necesaria autoridad con el indeseable autoritarismo. Con esta empanada mental, la espiral de violencia juvenil corre pareja al desentendimiento de los poderes y la impotencia absoluta de los profesores. La adicción a las pantallas, el desarraigo cultural y la irresponsable permisividad de las opiniones públicas han abonado el camino a una violencia desencadenada en la que el prestigio de los docentes ha sido lamentablemente abolido y se les ha concedido a los niños y adolescentes todo lo que han pedido, en la medida de las posibilidades de cada cual, con tal de que «no se frustraran».
Lo malo es cuando estos jóvenes descubren que «la vida iba en serio», como decía Gil de Biedma, y que vivir es asumir la frustración a cada paso y enfrentarla con una resiliencia de la que carecen por falta de costumbre. Aprender a usar la libertad individual y conocer sus límites es la primera lección que debe aprenderse en democracia. Poner topes, establecer reglas y asumir el respeto a la autoridad es algo tan primordial que causa estupor la permisividad esgrimida por aquellos que tienden a confundir siempre la velocidad con el tocino. Por eso, y otras cuantas simplezas por el estilo, están así las cosas, enredadas en una espiral de violencia que ahora hace saltar todas las alarmas.
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