Dentro de unas horas, a las doce en punto de la noche, engulliremos como de costumbre las doce uvas evitando, eso sí, atragantamientos. Después sonreiremos y, aún con algún hollejo y alguna pepita en el paladar, besaremos y abrazaremos a las personas más cercanas para ... desearles, y desearnos, feliz año nuevo. Las tradiciones se imponen como un mantra ineludible.
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Así, lanzaremos al aire nuestros buenos propósitos como si, en realidad, dispusiéramos de algún tipo de poder sobre el devenir de los próximos meses sabiendo que no tenemos ni idea de lo que puede pasar. En 2020, sin ir más lejos, hacíamos lo propio mientras una pandemia se cernía sobre nuestras vidas arrebatándonos la de seres muy queridos y poniendo en riesgo las nuestras y la de nuestras familias. Ignoramos absolutamente lo que sucederá de aquí a unos meses porque el único principio que rige hoy nuestras vidas es el principio de incertidumbre. No hay más.
Así que por mucho 'brilli-brilli', mucho matasuegras y muchas tradiciones propias de una noche de tránsito entre un año y el siguiente, navegamos en la zona misteriosa de no saber qué va a ocurrir. Hacemos planes por mor de conjurar la fragilidad que nos atenaza. La evasión es, por tanto, proyectar deseos hacia el futuro sin pensar en que en ese horizonte vaya a estallar, por ejemplo, una crisis mundial.
Esta, a diferencia de la Nochebuena de hace una semana, es una celebración eminentemente laica y festiva. Las chicas usan lencería roja, por aquello de la suerte, otros cenan lentejas para atraer el dinero, y todos nos ponemos nuestras mejores galas en una fiesta mundana en que se come, se bebe, se trasnocha y se vive con el ansia de una inmortalidad imposible.
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Los pudientes echan la casa por la ventana y si ustedes quisieran cenar hoy en uno de los grandes hoteles de Madrid la cosa no les saldría por menos de 900 euros por persona sin habitación, y en uno de ellos la cosa llega a los 1.400, así como suena. Sus imponentes salones están reservados desde hace semanas, copados, sobre todo, por un turismo internacional que no repara en gastos y por las nuevas hornadas latinoamericanas carentes de límites a la hora de descorchar las botellas más exclusivas. Es la locura de la fuga adelante, la exaltación del 'carpe diem' a cualquier precio.
2025 es ahora un enigma por descifrar. Una incógnita que no somos capaces de atisbar. Nos puede traer trabajo, salud y fortuna, o todo lo contrario. El nuevo año, a esta hora, solo está escrito en el aire incierto del tiempo por vivir. Mañana seremos conscientes de que hemos añadido una cifra más a nuestro calendario vital. Como no ejercemos de arúspices cabe aferrarse a la esperanza y convenir que lo mejor está por llegar. Al menos, eso es lo que les desea sinceramente este cronista: que nos sigamos encontrando aquí semanalmente, que nuestra vida normal continúe con sus parámetros habituales, que no existan incidentes de recorrido que nos expulsen del carril de la normalidad y que todo discurra lo mejor posible.
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Vivan esta noche con el entusiasmo debido, disfruten, sientan, aférrense a lo mejor de lo posible y confiemos en que dentro de exactamente doce meses, volvamos a alimentar la esperanza para seguir viviendo. Eso, y que el año les resulte lo más propicio posible. Al final, es a lo que tenemos que agarrarnos con espíritu positivo y la confianza cierta de que, ocurra lo ocurra, la vida, desde luego, merece absolutamente la pena. Feliz 2025, queridos amigos lectores.
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