Las noticias más leídas del sábado 8 de febrero en El Norte de Castilla

A Antonio López se le conoce ese buen pintar fotográficamente los detalles más cotidianos; un lavabo con pelillos de barba, la Gran Vía de Madrid sin coches, pero también los visillos de Embajadores en las tardes ardientes de la capital donde una muchacha se asoma ... a la chicharrera madridí, pobre y sin futuro. Que nadie diga que no es de los nuestros, pues a pesar de su 'mancheguidad' militante y de que intente que haya vida en el instante y en muchas escenas grabadas a fuego, es algo así como un Hopper carpetovetónico.

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Es Antonio, con su botijo y sus pinceles, el pintor de Madrid, ciudad chata, y llevarlo a las puertas de la Catedral de Burgos es un atentado contra Burgos y contra los principios del gótico; cuando las agujas arquitectónicas son nazarenos de piedra.

La Catedral de Burgos, como prima de la de León, pero también las érmitas románicas que se propagan bajando del Monte al llano en Palencia, deben restuararse, claro, pero hay que evitar la croquetilla arquitectónica de adecuar una espiritualidad hecha piedra a unos tiempos, estos, tan mostrencos como sin Dios.

Ya habrá gente de la cuerda que quiera convertir el Acueducto segoviano en un mural con fotitos de Hasel; o intervenciones en Ávila y su Muralla para graffitear en morado a Santa Teresa.

El patrimonio material de lo que somos está sometido a los bárbaros desde dentro. Siento dolor por Antonio López, un Soralla de los desmontes madrileños que tanto me aportó en otras etapas de mi vida.

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Pero las puertas catedralicias de Burgos no casan con un molde de imaginería hiperrealista. Se llama sentido común y no eso tan cursi del 'arte en transitivo'.

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