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Dicen libertad de expresión pero su traducción exacta al neotrumpismo tecnológico es libertad de dominación del discurso. Porque no hay libertad cuando el dueño de las herramientas, con regular el botoncito del algoritmo, hace que unas ideas se diluyan y otras se eleven sobre la ... masa informe de mensajes. La primera fase fue la implantación de la duda: como diría Steve Bannon, el primer gurú trumpista, si todo se llena de mentiras, ya nada es creíble. La segunda fase fue contar con la complicidad de pseudomedios y políticos que los financian con dinero público, algunos tan equivocados como el PP, que cree que eso le beneficiará porque destruirá al PSOE, cuando en realidad es más probable que Vox, o Alvise, o cualquier otro que emerja, lo devore.
La tercera es ahora. Es Musk, Zuckerberg, Bezos. Es Silicon Valley con su doctrina ultraliberal-tecnológica. Cuatro gestos escandalosos contra los inmigrantes, contra los homosexuales, contra cualquier minoría fácil de atacar. Y por detrás, la realidad económica de todo este entramado, que va más allá de un conservadurismo moral. El camino hacia un capitalismo salvaje que, como ocurre en ese estado defectuoso que es Estados Unidos, agrande la brecha social. Oligarcas que no quieren pagar impuestos, ni sueldos, que te venden que repartir pedidos en bici como falso autónomo es una oportunidad y no, en realidad, una nueva forma de esclavismo. Tecnodictadores que se oponen a cualquier regulación de su tinglado. Que hablan de libertad de expresión pero olvidan que, en nuestra Constitución, el artículo 20.1 también dice que los ciudadanos tienen derecho «a comunicar o recibir libremente información veraz» y a no ser intoxicados por un magnate sin escrúpulos.
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