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El Barcelona es el único club del mundo capaz de convertir un fiasco en leyenda. Su web festejaba, por ejemplo, los veinte años de la chilena de Rivaldo al Valencia ... para entrar, de milagro y en el último momento, como cuarto clasificado en la Champions del año siguiente. Por delante, además del Madrí, se clasificaron el Mallorca y el Deportivo de La Coruña, por contextualizar. Este afán por encumbrar a categoría de hazaña lo que debería ser rutinario viene derivado de otra capacidad inherente al club: su grandeza en la autodestrucción.
Nadie se inmola como el Barcelona. Conjuga las malas rachas deportivas con guerras internas directivas, quiebras económicas, filtraciones a los medios y un entorno tóxico. Como si, no contento con caer, se exigiera morir igual que un samurai masoquista. En vez de atravesarse de parte a parte con la espada y listo, se apuñala muchas veces un poquito, para desangrarse en público en un humillante guiño gore a Tarantino.
Con esta querencia al daño autoinfligido, está claro que el PSOE de Castilla y León es culé. Solo así se explica el modo en que ha matado a Luis Tudanca, el único que ha ganado unas elecciones autonómicas en 38 años, y cómo ha aireado todas las batallitas internas a micro abierto para demostrar, al final, que no sabían interpretar correctamente el contexto parlamentario. Un PSOE en el que hay, de nuevo, una fractura evidente. En el que Ferraz manda, Carlos Martínez no deja Soria por si acaso y en las Cortes nombran secretario, después de dos dimitidos por causas judiciales, al tipo que más broncas antiparlamentarias ha protagonizado en los últimos tiempos. Como si estuvieran empeñados en convertir las elecciones de 2026 en la chilena de Rivaldo.
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