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Vaya por delante que no es un caso aislado.Es más bien un síntoma. El de una profesionalización de la política mal entendida. Preguntaba alguien en las redes, con esa indignación de las redes cuando se indignan, que por qué no dimitía Carlos Mazón. Y ... creo que la respuesta está en su currículo. A sus 23 años, más o menos, acabó la carrera de Derecho. Ya para entonces era afiliado de Nuevas Generaciones, claro. Dos años más tarde, según le entregaban el título firmado por el rey de España, EduardoZaplana, su mentor político, le nombró director general del Instituto de la Juventud de la Generalitat Valenciana.
De ahí a director general de Consumo y no sé qué, para luego repetir como director general del mismo Consumo pero con otros apellidos rimbombantes para la tarjeta de visita. Como el zaplanismo entró en barrena le tocó buscarse un puesto y claro, con esa trayectoria impecable, le hicieron hueco como gerente de la Cámara de Alicante, nada menos. No fuera que a todo un directorcísimo general de muchas cosas le tocara colocarse de aprendiz de bufete a estas alturas. Recuperó oxígeno político con una concejalía cunera que le sirvió para ser vicepresidente de Diputación y luego parlamentario y ahora, al fin, presidente. Con 50 añitos recién cumpidos, 25 de alto cargo.
¡Mazón, dimite!, le gritan. Vamos, anda. La dimisión es como la muerte, queremos creer que hay vida detrás, pero vete tú a saber. Mejor quedarse quietito no sea que detrás de la puerta de salida no haya ni coche oficial ni sueldo a prueba de inflaciones ni asesores pelotilleros aplaudiéndote las ocurrencias. Desgraciadamente, el 'mazonismo político', como concepto laboral, es cada vez más común en nuestros ejecutivos. Y eso explica muchas cosas.
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