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ERAN una sonrisa amorosa y un «Toñete» reservado a la elite del cariño incondicional, que nunca son demasiados.
Eran una casa abierta de par en par, acogedora a mesa puesta, como si en cada comida tocara celebrar la vida. Quizá por eso, porque eran celebración, ... y charla continua, y recuerdos de otras comidas-celebraciones anteriores, a él se le eternizaba el bocado, siempre el último en terminar.
Eran un 'cinco minutos más' elevado a 'dile a tus padres que os quedáis un día más', porque el tiempo de la felicidad siempre se hace corto y ellos lo sabían. Solo se alargaba, y se eternizaba, en aquel reloj de baldosa con un minutero leeeento, empeñado en medir las digestiones antes del baño con el vértigo de un perezoso reumático. «¿Dos horas? ¡Pero si mis amigos se bañan nada más comer y aún siguen todos vivos!». Pues aquí son dos horas. Maldición en el paraíso.
Eran todo lo que hacían y hacían mucho. La precisión del carpintero aplicada a un murete, una acera, una mesa de ping pong o unos columpios rescatados y restaurados. El afán de la resolutiva que viene, va y por el camino no desaprovecha un movimiento, sea para podar el rosal o para echar una mano en la ñapa que se tercie.
Eran la pasión fiel por un Real Valladolid compartido en aquellas gradas sin asientos, solo cemento numerado. «Si nos juntamos, entra el niño», anunciaban. Y la fila se arrejuntaba, claro. Como para no.
Eran otros nombres que ya no están, que fueron antes que ellos, y otros que se quedan aquí mucho más solos.
Eran un recuerdo precioso en cada detalle que hoy nos los trae de vuelta.
¿He puesto eran? Son. Serán. Siempre, mientras yo sea.
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