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Antes de lanzarnos a corear 'Puigdemón es de León', de comparar a UPL con los bilduetarras o gritar alarmados que 'Castillayleón' se rompe, estaría bien un poco de calma. Que ya está electomanía haciendo encuestas tuiteras sobre la comunidad leonesa a bote pronto, como si ... fueran vinculantes. Que se nos viene un 1-O con cajas de cartón y luego acabamos como acabamos. Para cuando conocí y entrevisté a Luis Mariano Santos, la cara de Unión del Pueblo Leonés en las Cortes, yo ya llevaba unos cuantos años ejerciendo como zamorano consorte y orgulloso zamorano adoptivo de Valladolid. Santos aspira a tener una Región Leonesa, una comunidad autónoma que, incluso, dividiría sus instituciones entre León, Zamora y Salamanca, decía, para no repetir el error del centralismo. Y me contaba los argumentos históricos que sustentan el deseo de constituir una comunidad autónoma propia.
Más allá del rencor visceral de los más exaltados –todos los nacionalismos, regionalismos y demás movimientos identitarios acaban por parir a un número más o menos amplio de seguidores excesivos–, me pareció un asunto perfectamente discutible. Podría tener razón. ¿Por qué no?
Una pregunta, sin embargo, se quedó a falta de una explicación convincente. ¿Ese es el remedio a los males de León? ¿Seguro? ¿Acabará con la despoblación, el envejecimiento, la falta de oportunidades? ¿Habrá médicos para cada consultorio? ¿Y profesores? ¿Y qué mejorará eso la situación de Zamora, la siempre relegada y olvidada? ¿Y la de Salamanca, suponiendo que quiera formar parte de esa Región Leonesa? ¿Serían más fuertes León, con 942.000 habitantes, o Castilla, con 1.441.114, cuando juntos apenas son un territorio vaciado y maltratado?
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